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Sandro Venturo: Las mareas de la opinión pública
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El conocimiento comienza con el prejuicio. Nos acercamos a lo nuevo a partir de nuestras experiencias o creencias. Y es a partir del prejuicio que somos invitados a conocer a personas e historias donde el final nunca, o casi nunca, coincide con el prólogo. La vida está hecha de ejemplos que van contra los estereotipos, pero los necesitamos para poder organizarnos cotidianamente. Nadie puede vivir cuestionándolo todo en todo momento. La sabiduría popular sabe, tal como lo saben las ciencias, que las verdades no son absolutas. Lo ilustran las telenovelas. Lo cuentan las películas de Hollywood.
Pero hay dimensiones de la vida social donde esta advertencia no siempre se manifiesta. El ejemplo más común viene, en esta épocas, de las redes sociales. La gente rebota sentencias –bien intencionadas o no- sin más ni más. Y lo que surge como una especulación puede convertirse en una realidad irreprochable. En las redes los prejuicios reinan absolutamente y a nadie parece importarle su impunidad. Por eso muchos especialistas en estos asuntos afirman –con la cuota de cinismo respectiva– que no importa cuál es la realidad sino la percepción que tenemos sobre ella (y que ciertamente la termina configurando).
Las tendencias en las redes son evidencias que debemos tomar en serio: desnudan las progresiones y las regresiones de nuestra cultura política, dan cuenta de nuestros prejuicios sociales más poderosos. Todos nos activamos alrededor de estos hitos estrictamente efímeros, tomando posición, definiendo fronteras ideológicas o morales, zanjando con el pasado o el futuro. Nuestra opinión pública se configura de fiebre en fiebre. El ciudadano que busca estar bien informado tiene este tipo de consideraciones en cuenta, más aún en este siglo donde el periodismo ha sido tomado por la adicción a los destapes que generan más tráfico en la Internet y, por lo tanto, más publicidad.
Hay cierta sabiduría en los "trends topics". Funcionan como las líneas de un termómetro que mide los consensos sociales inmediatos, irreflexivos, reactivos . Su valor no es representativo sino, digamos, significativo. Nos dicen qué nos irrita y qué nos excita. Y eso obliga a los políticos a tomar posición (aunque a veces se develen tan oportunistas como con la 'ley Pulpín') y a las empresas a mejorar radicalmente sus productos o servicios (aunque a veces lo hagan obligadas por la condena popular, aquí los ejemplos también abundan).
Hoy vivimos en una opinión pública que se configura a partir de mareas temáticas. No sabemos de donde vienen, solo importa quién baja las olas a tiempo. Y así sucesivamente.
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