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Roberto Lerner: La regla 39
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Supuestamente no tiene excepciones. Reza: cualquier cosa que existe tiene una versión porno. Aunque el dominio para el cual fue enunciada es Internet, probablemente hay en ella algo indeleblemente humano. Placer y deseo nos son consustanciales. Todas nuestras actividades, por ende, pueden tener una dimensión sexual.
Esa dimensión, de paso, ha sido la locomotora de muchas tecnologías, por lo menos en sus inicios. Pictografía, escritura, imprenta, fotografía, cinematografía, video fueron vehículos de sexualidad. ¡Hasta la telegrafía —pocas cosas tan poco excitantes como el código Morse— produjo intensos y nada puros intercambios!
Al convertirnos a todos en productores y consumidores a bajo costo de contenidos que pueden ser compartidos gratuitamente, Internet es un universo especialmente libidinoso. Cualquier fantasía puede plasmarse sin filtros realmente eficaces.
Hay quienes dicen que hasta 30% de páginas web son pornográficas y que las dos terceras partes de las personas entre los 18 y los 34 visitan alguna, por lo menos, una vez al mes. Los adolescentes y los maduros no se quedan atrás. Uno de los sitios más exitosos, que ofrece videos porno gratuitamente, recibe 5,800 visitas por segundo y sus usuarios se quedan en él, en promedio, 9 minutos, quizá el lapso universal de una gratificación sexual sin compromiso.
¿Qué sentido tiene, entonces, una revista que muestra páginas y páginas de mujeres desnudas, sazonadas, es verdad, por artículos que suelen ser culturalmente atractivos? Ninguno. Es lo que ha concluido Hugh Hefner, el casi nonagenario y legendario creador de Playboy. Además, ¿quién necesita donjuanes en la era de Tinder y Ashley Madison?
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