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Roberto Lerner: Entre el recuerdo y el olvido

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La mente humana es un colador con huecos que alteran sus diámetros permanentemente. ¿Qué queda? ¿Qué pasa por ese tamiz caprichoso e impredecible? Hasta los restos aparentemente más resistentes pueden súbitamente perderse en el vacío —como en una forma de amnesia— o una parte de la malla desaparecer, de modo que nada es retenido —como en otra forma de amnesia—, para mencionar extremos. ¿Son las vivencias más propias que nuestras propiedades? Puede que más valiosas, pero se nos pierden igual. La corriente que experimentamos, como los contenidos intangibles, pero constantes de nuestras mentes, parece que es para siempre, pero lo que se mantiene en el lecho del río es modesto.

Escritura, imprenta, fotografía y video fueron prestando prótesis testimoniales a esa mente condenada a olvidar y ser olvidada, a ir perdiéndolo todo en un naufragio tras otro. Y ahora Internet nos promete quedarnos con todo lo vivido, empozarlo y, aunque esté atrás, tenerlo permanentemente delante de nosotros y de los otros. Recordarlo todo y revivirlo, a la vez que nos recuerdan todos y nos conocen todos. La intimidad imperdible suena a la recuperación del paraíso perdido.

¡No! Lo que va quedando no son nuestras vivencias, sino huellas, deshechos, depósitos, desplazamientos fosilizados, restos, identificables, pero sin identidad afectiva, que son excavados en socavones de datos, ingresados en algoritmos, monetizados y comercializados con el fin de regresar a nosotros en forma de productos, servicios y ofertas que calzan con nuestros deseos y estilos.

La intimidad lo es porque tiene una dimensión irrecuperable. Olvidar y ser olvidado también es un derecho humano.