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Roberto Lerner: Verdad y protección
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Todos queremos proteger a nuestros hijos de la, muchas veces, dolorosa realidad. Para eso estamos. Aunque, valgan verdades, lo que hacemos es ser filtros para que los retos no sean imposibles, pero tampoco demasiado fáciles. Hablando de la verdad, ¿cuántas veces la hemos distorsionado o acallado para que los chicos no tengan que lidiar con ella? En ocasiones son hechos que nos avergüenzan pero que no tienen que ver directamente con ellos, aunque en otras ponemos silenciador a circunstancias más cercanas.
Una enfermedad que queda sin nombre, una crisis familiar afónica, un problema judicial anónimo, una turbulencia económica sin apellido. Total, nos decimos, los más chicos y hasta los adolescentes tienen toda la vida por delante para sufrir y, además, no entienden.
El problema es que la verdad deja pistas de todos los tamaños. Y, justamente, cuando nuestros hijos nos sorprenden y enorgullecen con sus nuevas capacidades intelectuales, asumimos que van a sufrir un retardo mental sectorial y no se van a dar cuenta.
¿De qué? De que estamos preocupados, actuamos distinto, nos vestimos diferente, vamos a lugares extraños, la gente hace comentarios, se menciona nuestro apellido en algún medio, se cancelan fiestas, se anulan vacaciones, se estacionan ambulancias.
¿Y qué hacen con esas piezas sueltas? Pues arman rompecabezas más terribles que cualquier realidad y pierden confianza en quienes debemos ser sus principales interlocutores, aprenden que el silencio es mejor que la palabra y que la agitación ansiosa es mejor que la acción. La verdad es la mejor protección. Contarla y ponerle nombre es más importante que entenderla.
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