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Roberto Lerner: Las palabras y las cosas
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Varios papás y mamás jóvenes que tienen cáncer me han escrito. Deben explicar a sus hijos pequeños que hay una enfermedad. Pero, ¿usar la palabra cáncer?
El término asusta. Está asociado con muerte, deterioro, dolor y tratamientos complejos. Está preñado de metáforas duras: invasiones, extirpaciones, malos, buenos, agresivos, fases, choques. Nos recuerda, a pesar de los avances de la medicina, que hay enemigos internos muy duros de vencer.
Son nuestros miedos los que nos tapan la boca y ponen en ella eufemismos. Los niños conocen la palabra. La han escuchado de boca de amiguitos o en los medios. Y, como vimos, van a terminar escuchándola si uno de los integrantes de la familia enferma. Tarde o temprano.
Mejor es pronunciarla —eso rebaja su poder— y decir que es así como se llama la enfermedad. Que el cuerpo a veces sufre desperfectos. Que algunos son sencillos, como un resfrío, pero los hay más complicados, que enfrentarlos requiere más tiempo; y la ayuda de doctores que hacen diferentes cosas para ayudar al cuerpo y arreglarlo. Que el cáncer es una enfermedad difícil, pero que se está haciendo todo para curarla.
Lo más probable es que eso sea suficiente como primera información. La iremos afinando de acuerdo con las preguntas del niño. Además, siempre es bueno anticiparle si va a haber un internamiento, modificaciones en las rutinas, posibilidades de visitas y eventuales efectos de algún tratamiento. Y hacerles saber de qué manera nos pueden ayudar con pequeñas tareas.
La ventaja de lo anterior, además de la confianza que genera, es liberar energías afectivas para enfrentar la enfermedad, cualquiera sea su curso.
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