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La soledad desconfiada
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Cuando una nación es sometida a fuerzas enormes y desconocidas, de manera no muy distinta a lo que ocurre en un organismo invadido por un virus, el sistema se defiende. Casi todos los objetivos a los que el presupuesto de energías y motivaciones estaba dedicado cuando los horizontes eran más o menos previsibles, las prioridades, pierden mucho de su sentido.
Solo cuando los distintos sistemas que hacen el conjunto actúan coordinadamente, cada uno haciendo lo suyo sin duplicar esfuerzos, la batalla tiene alguna posibilidad de éxito. Cuando se trata de un país, la percepción de que sus líderes, quienes lo representan en todos los niveles, tienen confianza entre sí y capacidad de actuar concertadamente haciendo cada uno lo que más sabe, y transfiriendo responsabilidad a los grupos de ciudadanos, es una garantía inmunológica.
Pero cuando se ve a las cabezas de los poderes, desde los nacionales a los locales, dispararse cada uno por su lado, dispararse a los pies, propios y de los demás, querer aplicar en soledad soluciones verticales que no toman en cuenta a quienes van destinadas, que trasuntan soberbia y un enorme desprecio por la capacidad de las diversas organizaciones para aplicar marcos generales con creatividad y eficacia, el desconcierto, la desazón, la desesperanza y la rabia se van acumulando. Es a la salud de la sociedad lo que la criptonita era para el hombre de acero.
¿Cómo es posible que los líderes de las instituciones más importantes no hayan sido vistos ni una sola vez juntos ante nosotros, mostrando que tienen confianza entre ellos y en nosotros?
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