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Roberto Lerner: El geniograma como metáfora
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Algunos tratan de resolverlo cuando lo tienen frente a los ojos y no hay nada más interesante. Una manera de matar el tiempo, poner a prueba la cultura general, o específica cuando es temático. Pero nada importante está en juego. Es comparable a ejercer el voto el día de las elecciones, o conversar de política de vez en cuando en familia, con los amigos o compañeros de trabajo.
Otros, asumen el reto ellos mismos o ayudan a otros a hacerlo, en épocas determinadas. No es que realmente les interese. Quieren sentir que pueden materializar impulsos o deseos. Si no lo logran, no pasa nada. Vuelven a lo suyo, hasta la próxima vez. Son personas que supuestamente "saben" y soplan al oído respuestas, como los asesores informales que ponen nombres en las listas o planchas; o candidatos que tratan y ven qué pasa.
Los hay para quienes hacer el geniograma es una tarea. Tratan de realizarla con mayor o menor cuidado y responsabilidad. No es que les produzca pasión. Como esos candidatos para quienes la lucha por el poder puede ser parte de una tradición familiar, la reivindicación de un nombre, evitar que se pierda algo. Se hace a pesar de que otras son las búsquedas que yacen en el fondo de sus corazones.
Y están los que se enfrentan a ese tradicional y enorme crucigrama con un sentido de misión. Se preparan, se rodean de instrumentos —de los viejos, como diccionarios y enciclopedias; o los nuevos, como Internet—, pero no dejan de pensar y vibrar, aprender y ordenarse en función de ser quien resuelva, complete y envíe el resultado de su trabajo.
Cualquiera de los mencionados estilos puede producir un geniograma sin errores y ganar el sorteo. O no.
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