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Roberto Lerner: Dos pesadillas diferentes
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El menú de pesadillas que podemos vivir es largo y variado. Una de ellas, abrir los ojos un día y no ver nada. Sumidos en la oscuridad total y desprovistos del sentido que más valoramos. ¡Terrible!
Pensemos en esa situación con una pequeña variante. Sonia está sentada en un sillón de la sala. Tiene la mirada algo perdida y no reacciona a las personas de la familia que van entrando —es temprano en la mañana—, salvo que no hablen entre ellos o a ella. En ese caso los saluda o comenta lo que han dicho.
Cuando se levanta, avanza unos pasos y tropieza con la mesa de centro. "¿Quién ha cambiado de sitio esto?", pregunta, y remata: "¡No estaba aquí!". Pide el periódico y cuando se lo alcanzan, lo toma en sus manos, invertido, y se queja: "¿Quién puede leer con tan poca luz?". La luz del día inunda la habitación.
¿Psicosis, demencia? No, a los 63 años Rosa está ciega. Increíblemente, no lo sabe. Y si alguien lo afirma, lo va a negar indignada. Ha sufrido un derrame en la zona del cerebro que se encarga de la visión. Pero, además, está dañada la conexión entre esa zona y la estructura que supervisa los procesos visuales, los evalúa.
Por lo tanto, las vivencias de Sonia no pueden ser explicadas por ella misma como invidencia y sus argumentos deben ser cualesquiera —es de noche, han cambiado las cosas de lugar, es una broma cruel — salvo la triste realidad de su ceguera.
Así es nuestro fascinante cerebro, también cuando se malogra. A veces sabemos que no sabemos. Terrible. Pero a veces no sabemos que no sabemos. Más terrible.
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