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Roberto Lerner: Complacencia, obediencia, talla y preparación
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Alguien le ha dicho que su hijo siempre trata de complacerla. No está de acuerdo. "Me desobedece a forro", dice, segura de despejar lo que siente que es una crítica.
Un ejecutivo comenta preocupado: "No estoy preparado para el puesto". Añade: "No doy la talla", estableciendo una equivalencia entre lo primero y lo segundo.
¿Es lo mismo obedecer que complacer?
El primer término tiene que ver con escuchar y hacer algo de una determinada manera, hacerlo según un libreto. Muy importante, por cierto, aunque hay quienes se ciñen a él más que otros, y hay tareas que es mejor hacer pegado a las reglas: conducir un avión, por ejemplo. Mucho menos, diseñar un comercial.
Complacer se sitúa entre dar placer y aplacar. Concretar el deseo de otra persona, muchas veces enormemente cercana e importante —que seamos así o asá—, al mismo tiempo que nos aseguramos de que controle su ira y no nos haga daño, no nos humille, no retire el cariño y buena voluntad que tiene hacia nosotros.
Complacer tiene algo de los sacrificios primitivos: agradar a los dioses y, al mismo tiempo, que no descarguen su odio contra nosotros, que miren a otro lado. Apunta a lo que somos, mientras que obedecer, a lo que hacemos.
Estar o no preparado tiene que ver con estándares relativamente objetivos: años de experiencia, conocimiento de técnicas, por ejemplo. Pero estar a la altura y dar la talla se refieren a expectativas que, a pesar de la palabra que indica longitud, no tienen unidad de medida. Nuevamente, la preparación se refiere a lo que hacemos, la talla a lo que somos.
La mirada ajena que nos define —complacer y estar a la altura— no nos deja muchas alternativas. Prefiero obedecer y prepararme.
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