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Roberto Lerner: Los caminos al infierno
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"La esquina, ni hablar. Recuerdo que para los adultos de mi familia era donde comenzaba el camino hacia el infierno", me dice un padre cuyo hijo adolescente contestó una llamada del celular y le contó que estaba en la vereda, frente a una bodega, con algunos amigos. "Lo hice regresar a casa inmediatamente, cosa que hizo. Es un chico responsable", concluye.
Una mamá me confía preocupaciones acerca de su hijo púber. "Está demasiado tiempo con sus electrónicos, jugando en línea, le gusta su soledad. Pero uno escucha demasiado sobre las tentaciones en Internet —el otro día sacaron a un alumno que había compartido material pornográfico— que imagino de lo peor", afirma.
"En el colegio sus profesores dicen que contribuye un montón al grupo y tiene excelentes notas", termina poco convencida.
Estamos hablando en ambos casos de chicos que hacen su parte del contrato, vale decir, para hablar en términos empresariales, no hay causal de despido. Funcionan adecuadamente. Sin embargo, los padres proyectamos los escenarios más negativos sin tomar en cuenta el contexto, ni hacer un balance, prediciendo futuros patológicos y pidiendo terapias presentes para prevenirlos.
El camino al infierno no es por definición ni virtual ni presencial. Ambos modos tienen enormes ventajas y encierran indudables peligros, entre ellos otras personas, pares o mayores. Si conocemos a nuestros hijos y también entendemos la lógica de la red y la calle, podemos ayudarlos a que se desenvuelvan de manera gratificante en ambos espacios, y a que reconozcan sus peligros y sepan enfrentarlos.
En lugar de ello, nos asustamos de esquinas y redes. ¿Qué les queda, nuestros dormitorios?
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