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Riqueza de opciones, pobreza de tiempo

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La experiencia cotidiana y la investigación científica concurren: el bienestar psicológico corre parejo con la fluidez en lo que uno hace y ambos con la concentración en la tarea. Foco, pues. Cuando estoy leyendo o bailando con todo mi ser, el tiempo es mío, es tan mío que no existe. Ni lo cuento ni cuenta.

Pero en tiempos de multitarea lograr lo anterior no es nada sencillo. Bailo o leo pensando en lo que estoy dejando de hacer, en lo que me estoy perdiendo, en la larga lista de lo que no escogí. Así como cuando zapeo no estoy viendo varios programas al mismo tiempo —en realidad estoy interrumpiendo y reseteando mi atención, lo que desgasta y retiene poca información para no hablar de la pérdida de placer—, hacer algo mientras añoramos otra actividad en una esquina de nuestra mente merma la calidad de la experiencia. Pero, sobre todo, nos hace terriblemente conscientes del tiempo. Los segundos, tic-tac-tic-tac, cuentan y me pregunto si están bien utilizados, si no le quito mejor a algo para darle a otra cosa. Y ese tiempo que hemos luchado tanto por liberar de las garras de lo rutinario —con éxito, si creemos en las estadísticas— para dedicarlo a nosotros, a lo trascendente, a lo divertido, se hace escaso. Y su utilización estresante. No deja de ser irónico que la bonanza económica se acompañe de la miseria temporal. Viene al caso recordar lo anterior ahora que nos disponemos a concretar vacaciones útiles para nuestros hijos y nietos, o que las proponemos para nuestros alumnos y pacientes. Dejemos que escojan y se concentren en alguna actividad sin pensar en sus beneficios mediatos, que fluyan. Y también que se hagan ricos en tiempo, rascándose seriamente la panza.