Dinero (Foto: PERU21)
Dinero (Foto: PERU21)

“Amar al prójimo como a ti mismo”, Mateo 22.

Es un hecho que nos amamos a nosotros mismos más que al prójimo. Para decir “yo te quiero”, primero hay que saber decir “yo”, escribió la libertaria Ayn Rand en El manantial (1943). Lo del amor, cuando hay dinero de por medio, lo ilustró como nadie Milton Friedman en su clasificación de los cuatro tipos de gasto: (1) gastas tu dinero en ti mismo: eres cuidadoso con el dinero y buscas comprar lo mejor; (2) gastas tu dinero en beneficio de otros (p.e. un regalo de bodas): procuras no gastar demasiado, pero lo que reciba el otro te preocupa menos que si fuera para ti; (3) gastas dinero de otros en ti mismo (p.e. gastos de representación o incluso coimas): te aseguras de obtener todo lo que puedas, pero no te importa el costo; y (4) gastas el dinero de otros en beneficio de otros (p.e. gobierno): eres menos diligente en lo que compras y en cuánto cuesta.

Como el gasto público encaja en el tipo 4 y la corrupción en el 3, ambos tienen que estar sujetos a reglas, vigilancia y rendición de cuentas, aunque, inevitablemente, estas serán estrictas en un país avanzado pero laxas en uno subdesarrollado.

Hace un par de semanas un titular informaba: “Se ejecutó solo el 62% de los recursos destinados a inversión en el presupuesto para 2018… preocupante que nueve de 19 ministerios hayan registrado un insuficiente avance en las inversiones”. Afirmación incuestionable si nos referimos al presupuesto de Noruega, pero de dudosa validez si estamos hablando –pongamos– de Angola. Me explico: es deseable que se ejecute el 100% de presupuesto si las inversiones son de utilidad pública, prioritarias y diligentemente ejecutadas. En cambio, si no lo son, quizás sea preferible que se ahorre el dinero y se bajen los impuestos hasta poner en marcha un sistema que garantice un mínimo de calidad aceptable.

Por eso, hace 12 meses, en la columna “Brechas, SNIP e Invierte-Peru”, critiqué el abandono del SNIP y su reemplazo por el engendro de Invierte-Perú. Lo ilustré así: un mesero compara su nivel de vida con el de un comensal que es gerente de banco. Repasa mentalmente: él maneja un Audi y yo un Toyota viejo; vive en Miraflores y yo en Los Olivos; sus hijos van al Markham y los míos a la escuela de la esquina, etc. Un buen día da el salto y pone un chifa.

A medida que engorda su bolsillo, dos preguntas revolotean su mente: ¿iré cerrando las brechas que me separan del gerente?, ¿cuál es la mejor estrategia? Si con sus mayores ingresos decide priorizar la ampliación del negocio o la mejora en la educación de sus hijos, tendrá éxito con las brechas. Si, por el contrario, decide comprar un Audi e irse de vacaciones a París, conseguirá poco.

La moraleja es que hay que establecer un orden de prioridad en el cierre de las brechas y dicho orden lo determina la rentabilidad económico-social de cada proyecto. No es suficiente con que un proyecto cierre brechas, es necesario seleccionar, entre los muchos proyectos alternativos que cierran brechas, aquellos que tienen mayor rentabilidad. Suponer amor al prójimo en el que gasta el dinero de otros es una ficción.

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