De pronto era famoso
De pronto era famoso

Hace pocas semanas he cumplido treinta y cinco años saliendo en televisión.
Todo comenzó en un canal de Lima, cuando tenía dieciocho años. El dueño del canal me llamó a su despacho. Leía mi columna política en un periódico conservador. Le gustaba el tono insolente, cáustico, de aquella columna. Me pidió que hiciera lo mismo en su canal. Me invitó a participar en un panel de comentaristas, el día en que se celebrarían elecciones para alcaldes. Acepté. Memoricé minuciosamente todo lo que diría. Me vestí con un traje y una corbata de mi abuelo. Me sentaron frente a las cámaras. Era un chiquilín, un pimpollo. Pero me apasionaba la política y confiaba en mis aptitudes oratorias. Me acompañaban otros periodistas, todos mayores que yo. A uno de ellos lo mató el terrorismo. Otro llegó a ser canciller. La jornada fue extenuante. Estuve doce horas comentando el día electoral. Al concluir la transmisión, el dueño del canal me dijo que me contrataría como entrevistador del programa de los domingos.

Contento con mi trabajo, el dueño me puso también en el panel de un programa político los lunes. Yo tenía diecinueve años y salía en televisión los domingos, haciendo entrevistas, y los lunes, preguntando desde un panel. De pronto era famoso. No pocos compañeros me veían con envidia o mezquindad o desdén en la universidad y se burlaban de mí. En el fondo, disfrutaba de mi fama repentina y acariciaba el sueño de ser político, presidente.

En vísperas de las presidenciales, el periodista más inteligente y temido de la televisión se peleó con el dueño y renunció. El dueño me conminó a que fuese el nuevo conductor de ese programa. Le dije que no me sentía preparado. Me dijo que confiaba en mí y anunció que comenzaría esa misma noche. Fue una experiencia fantástica reemplazar a aquel periodista legendario y salir todas las noches entrevistando a políticos. Me hice más famoso. Me compré un auto. Ya casi no iba a clases. Ahora yo no sería más el hijo de Jaime Bayly, ahora él sería el papá de Jaime Bayly.

Días antes de las elecciones, le pregunté al favorito si tenía problemas de salud mental. Montó en cólera y no respondió. En privado prometió represalias. Ganó semanas después. Rencoroso, le exigió al dueño que me sacase de la pantalla. El dueño me ofreció la corresponsalía en Nueva York o Washington, a condición de que no hablase de política de mi país. Decliné su ofrecimiento. Renuncié.

Tuve entonces la fortuna de que me ofrecieran un programa en la televisión dominicana. El productor de un programa semanal de política internacional, que se emitía en ese país y otros de la región, estaba de paso por Lima, había visto la pregunta escandalosa al candidato y se había llevado una buena impresión de mí. Me buscó, me ofreció conducir el programa semanal.

Acepté con entusiasmo. Me preguntó si quería mudarme a Santo Domingo. Le dije que prefería vivir medio mes en esa ciudad, y las otras dos semanas entre Lima y Miami. No había vuelos directos entre Lima y Santo Domingo. Debía pasar por Miami o San Juan. Durante cinco años, el tiempo en que el presidente rencoroso destruyó a mi país, viajé todos los meses a Santo Domingo y conduje el programa sobre política internacional. Me pagaban muy bien, me hice famoso en ciertos países del Caribe y Centroamérica, y hasta en Colombia y Ecuador.Cuando cumplí veinticinco años, decidí volver a mi país para apoyar la candidatura presidencial de un gran escritor.

Renuncié al programa dominicano y empecé a conducir un programa político peruano. Apoyé al escritor. Me opuse a sus adversarios, principalmente al candidato de origen japonés. Fue un año intenso, brutal. El escritor perdió. Me llevé una profunda decepción. Me mudé a Madrid con la esperanza de ser un escritor. Ese sueño duró menos de un año. Corto de dinero, con la novela inconclusa, me resigné a regresar a mi país para conducir un programa de entrevistas no a políticos, sino a personajes del entretenimiento, aunque también hacía sátira política y me burlaba del presidente de origen japonés. Al año siguiente, ese presidente dio un golpe.

Aquella noche el canal fue capturado por los militares. Llamé al dueño. Me pidió que continuara, sin condenar al golpista. Me negué. Renuncié. Me fui del Perú. No quería vivir en un país con un dictador aplaudido por la mayoría. No quería trabajar en un canal que apoyaba al dictador.Ya nunca más regresé a vivir en mi país. Regresé por temporadas, o solo los fines de semana, pero no del todo. Cuando cumplí treinta años, comencé mi primer programa en la televisión de Miami. Tuvo gran éxito. Duró dos años. Luego me fichó CBS News, división en español. Hice con ellos un programa de entrevistas que se vio en toda Latinoamérica y duró tres años. Esos programas se retransmitían también en mi país. Eran años de gloria y esplendor, de fama internacional, de impensada prosperidad. Al terminar mi tercer año con CBS News, recibí ofertas espectaculares de Univisión y Telemundo. Elegí la segunda. Les rogué que hiciésemos un programa todas las noches. Me dieron un programa semanal. Era grabado. Tuvo bajos índices de audiencia. Fracasé. Un año después, me echaron sin miramientos. Nunca más esas dos grandes cadenas se interesaron por mí. Recién había cumplido treinta y cinco años.

Sin trabajo en la televisión de los Estados Unidos, no me quedó más remedio que volver por temporadas cortas a la televisión de mi país, donde conduje programas políticos serios y programas irreverentes de entretenimiento, todos bastante exitosos.

Seis años después de que me despidiera Telemundo, un magnate de los Estados Unidos decidió fundar un canal de televisión. Sus gerentes me ofrecieron un programa diario. Querían que solo hiciera entrevistas. Les dije que también quería hacer comentarios sobre política. Los convencí. El programa tuvo un éxito impresionante. Se consolidó como el programa más visto del canal Mega. Ciertas noches le ganábamos a la novela de Univisión o Telemundo. Era un éxito formidable. Al año siguiente me duplicaron el sueldo.

Cuando comenzó ese programa, tenía cuarenta y un años. Han pasado trece años, ahora tengo casi cincuenta y cuatro. Sigo haciendo ese programa diario en ese mismo canal. Seguimos teniendo éxito. Ahora salimos a las nueve de la noche. Tengo absoluta libertad para decir lo que me da la gana. No estoy en la cadena más grande, estoy en un canal intermedio, pero se ve en todo Estados Unidos y ciertas noches le ganamos a Univisión. Se calcula que setecientas mil personas ven el programa cada noche. Luego por Youtube lo ven unas trescientas mil más. Es decir que cada programa tiene un millón de televidentes globalmente.

He cumplido treinta y cinco años haciendo televisión. No he querido hacer grandes celebraciones. Aspiro a llegar a los cuarenta años de carrera en la pantalla chica, haciendo periodismo de opinión. Me siento profundamente agradecido a todos mis televidentes a lo largo de tantos años. Me abruma y conmueve el cariño de tanta gente en tantos lugares lejanos. No tengo planes de retirarme. Tendrán que despedirme. No salgo en la televisión de mi país hace ocho años, y está bien así. Me han hecho ofertas para volver, pero de momento quiero seguir haciendo televisión en los Estados Unidos. Ya no soy un jovencito con ínfulas de niño terrible, estos días cumpliré cincuenta y cuatro años. Sigo jugando en las grandes ligas. Sigo metiendo goles. Y cuando meto un gol, me siento Messi y lo grito como si fuera él, aunque yo sé que no juego en el Barcelona, sino en el Atlético de Madrid o el Sevilla. Pero lo importante es que sigo jugando y metiendo goles. Ha sido una carrera extraordinaria. Gracias a todos de corazón.

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