Patologías de la estimulación perpetua (2). (Getty)
Patologías de la estimulación perpetua (2). (Getty)

Entre 1992 y 2007, EE.UU. exhibió un crecimiento anual vigoroso del 3.4%. Por su parte, entre 2009 y 2019, la tasa cayó al nivel –un tercio menor– de 2.2%. Aunque me refiero a EE.UU., la argumentación se puede hacer extensiva a la economía mundial.

Cuando las expectativas de crecimiento mejoran, se anticipan aumentos de ventas y ganancias; ello levanta el ánimo inversionista, Keynes (1883-1946) lo bautizó como animal spirits; las mayores inversiones, a su vez, van sumando capacidad instalada. Esta relación de causalidad, que va de expectativas de crecimiento a inversión, se conoce como “efecto acelerador” y fue desarrollada por dos economistas, Carver y Aftalion, a principios del siglo XX, para luego ser incorporada en los modelos económicos para explicar los ciclos. El fuerte crecimiento entre 1992-2007 tuvo su correspondiente “efecto acelerador” de inversiones y estas elevaron la capacidad instalada hasta un nivel que resultó ser excesivo a la luz del modesto crecimiento en el periodo posterior.

Tres enfoques frente al exceso de capacidad (y desempleo) que dejó la crisis de 2008-09. El keynesiano: aumentar gasto y déficit públicos para potenciar la demanda agregada. El monetarista: inyectar liquidez para bajar las tasas de interés y promover la inversión. El de la llamada escuela austriaca: las políticas de keynesianos y monetaristas prolongan artificialmente el exceso de capacidad instalada; lo mejor es limitar, cuantitativa y temporalmente, los estímulos –incluso a costa de una recesión peor– para ir reduciendo el exceso de capacidad y, de ahí, pasar a un crecimiento autosostenible sobre bases sólidas.

Desde 2008 hasta hoy se ha sometido a las economías a políticas keynesianas y monetaristas de estimulación artificial continua. Sin precedente histórico en cuanto a duración y, en lo que respecta al ‘experimento’ monetario, en cuanto a intensidad. En concreto, la liquidez (base monetaria) de los cuatro mayores bancos centrales –Fed, europeo, chino y japonés– ha pasado de 6 a 20 billones de dólares (‘trillions’ en inglés) en once años.

La abundancia de fondos prestables, a tasas artificialmente bajas, resultante ha contribuido a perpetuar el exceso de capacidad instalada. Las tasas para los prestatarios de mínimo riesgo (‘risk free’ en inglés) han llegado a ser negativas y no solo las reales sino hasta las nominales.

Una tasa real negativa significa que resulta rentable invertir un dólar en un proyecto aunque su flujo de caja acumulado tenga un valor presente inferior a un dólar. Son proyectos que destruyen riqueza; que hacen rentable añadir más capacidad instalada incluso en sectores en que es ya excesiva; un contrasentido.

Es un hecho que las gigantescas emisiones de liquidez no han provocado inflación de bienes y servicios; la explicación se encuentra en la perpetuación del exceso de capacidad, que ha hecho posible satisfacer, año a año, la demanda incremental de bienes; pero las emisiones sí que han provocado inflación de activos. La “ecuación cuantitativa del dinero”, que es una identidad contable, establece que el monto total de medios de pago existente multiplicado por la velocidad promedio con que circula cada dólar tiene que ser igual al total de transacciones multiplicado por el precio promedio a que se realizan. A algunos se les olvida que el término transacciones no se limita a las de bienes sino que incluye las de activos.

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