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Efemérides del ‘que Dios nos ayude’

“Para los que trabajamos con Hurtado Miller –en mi caso como funcionario del BM– es una satisfacción constatar que, tres décadas después, la estabilidad macroeconómica sigue en pie”.

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A Juan Carlos Hurtado Miller.
El jueves fue el vigésimo noveno aniversario del plan de estabilización. Aquel 8 de agosto, a las 9, el entonces premier explicaba a la población las durísimas medidas que emprendía el Gobierno para poner fin a la hiperinflación; su alocución concluía con el inolvidable ‘que Dios nos ayude’.
A finales de los 80, en los organismos internacionales veíamos al Perú como un Estado fallido. El panorama era desolador: moratoria con los acreedores, hacienda pública en ruinas, pobreza y desnutrición rampantes, desabastecimiento, hospitales y escuelas sin recursos, cortes de electricidad, escasez de la gasolina, salarios de miseria cuyo poder adquisitivo carcomía la inflación en cuestión de días, al igual que destruía los ingresos tributarios –que cayeron al 3% del PBI– y los ahorros de la población. Muchos peruanos emigraban, algunos aceptando cualquier trabajo.
Las únicas actividades al alza eran los mercados negros de productos básicos, los comedores populares sostenidos con la ayuda internacional, las compañías de seguridad, los paros armados, el narcotráfico, los secuestros, y el crimen. Lo peor era la infiltración senderista en universidades e instituciones. De no cortar por lo sano, Sendero hubiera acabado tomando el poder: Perú era una Camboya a la espera del Khmer Rouge.
El Plan Hurtado fue el golpe de timón que marcó el cambio de rumbo. Un plan de choque para restaurar la viabilidad financiera de la hacienda pública y estabilizar el tipo de cambio y los precios; cuyos ejes, muy resumidamente, fueron: unificación del tipo de cambio –se habían heredado siete– seguida de una fuerte devaluación; impuesto transitorio a las exportaciones para hacer caja; alineamiento de los precios y tarifas públicas a sus referencias internacionales, por ejemplo, hubo que multiplicar el precio de la gasolina por 30; eliminación de permisos de importación y simplificación de aranceles a: 50, 30 y 20%; y equilibrio diario de la caja fiscal: no se hacían pagos más allá de la recaudación y el BCR no financiaba al Tesoro. El plan se ejecutó cabalmente y funcionó. A las medidas de emergencia sucedieron un abanico de reformas sectoriales a fondo que se extendieron hasta 1996.
Un mes antes, hubo que convencer a Fujimori de la necesidad de un plan de choque, pues por entonces pensaba que podía frenar la hiperinflación paso a paso. Lo hizo Hernando de Soto pidiendo a Pérez de Cuéllar que convocara a un almuerzo en Naciones Unidas con la asistencia de los presidentes del FMI, BM y BID. De ahí Fujimori viajó a Tokio, donde el mensaje fue que habría ayuda financiera solo con un acuerdo entre el Perú y el FMI de por medio.
Inicialmente, Fujimori no quiso aceptar el equipo económico que le recomendó De Soto –encabezado por Boloña– y, en su lugar, encargó el trabajo a Hurtado, aunque le complicó la tarea con el nombramiento de un par de ministros sectoriales que se oponían al plan de choque y que no perdían oportunidad para socavar su autoridad. El día del anunció, pidió a los ministros que le acompañaran en el plató de TV, tres se negaron. Hurtado no lo tuvo fácil. Para los que trabajamos con él –en mi caso como funcionario del BM– es una satisfacción constatar que, tres décadas después, la estabilidad macroeconómica sigue en pie.
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