Allá por el 2001, la General Motors y la rusa AvtoVAZ llegaron a un acuerdo para invertir en una planta automotriz en Rusia para producir coches Chevrolet. La joint-venture fue posible porque el EBRD –el banco de desarrollo en el que yo trabajaba– entró también como accionista en la operación; con la incorporación del EBRD –cuyos propietarios, como los del BID, son países soberanos–, GM sentía que limitaba el riesgo político. Después de una reunión con ejecutivos de ambas empresas, el presidente del EBRD me encargó que analizara la estructura del sector automotor ruso y la comparara con el español veinte años atrás, ya que, en la reunión, un ejecutivo de GM había comentado que la idea era replicar la experiencia de éxito de GM en España cuando, en 1982, comenzó a fabricar modelos Opel en Zaragoza.