Para los empresarios que operan en mercados competitivos no hay garantía de rentabilidad, por eso tienden a ser cuidadosos con las inversiones en que arriesgan su dinero, aunque, incluso así, tienen que estar preparados para asumir pérdidas si las hay. La rentabilidad esperada es recompensa por el riesgo incurrido. Con el dinero público, empero, es otro cantar. En los países con instituciones avanzadas hay procesos y contrapesos para que no se malgasten los recursos en malas inversiones. En los subdesarrollados, en cambio, la que manda es “doña coima”, que es quien moviliza las inversiones públicas que luego se venden a la opinión pública como imprescindibles para “cerrar la brecha de infraestructura”.