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Un problema de salud mental
“Es hora de que el Estado se dé cuenta de que estamos frente a un problema de salud mental grave, muy grave en realidad”.
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En el Perú de hoy, cada día, unas 15 mujeres son violadas. De ellas, diez son menores de edad: niñas o adolescentes a las que se les marca la vida, a las que se les genera un trauma, a las que se les rompe el alma.
¿Exagerado? No. Según el Ministerio de la Mujer y Poblaciones Vulnerables, en los cuatro primeros meses de 2018 –o sea, en 120 días exactos–, han sido ultrajadas sexualmente 1,801 personas. De ellas, 1,255 eran menores de 17 años.
Lo que es peor, en este mismo periodo, han ocurrido 40,212 hechos relacionados con la violencia contra la mujer, que han sido denunciados en los Centros de Emergencia Mujer (CEM). Son cifras oficiales, porque las reales –se calcula– son mucho mayores.
Se trata de un tema en permanente agenda y que todos los días se visibiliza a través de los medios de comunicación. Algunos de los casos de violencia acaban en feminicidios, van 43 en los 4 primeros meses del año, 9 más que el mismo periodo de 2017.
¿Hay algo que hacer? Sí. Y mucho. Tal como nos dijera el psicólogo social Federico Tong, es hora de que el Estado se dé cuenta de que estamos frente a un problema de salud mental grave, muy grave en realidad. Y como tal debe ser asumido. En primer lugar, hay que trabajar sobre las víctimas, darles soporte, ayuda, asistencia psicológica. Pero también se debe actuar sobre el agresor, darle un tratamiento. Se debe reconocer que ambos están enfermos y hay que sacarlos de ese círculo de violencia.
Pero, además, es hora de sentarse a reflexionar sobre qué clase de seres humanos se forman en los colegios. Se debe crear una cultura de paz, establecer nuevas relaciones, trabajar en prevención e incluir en esto a los padres, que se transformen en agentes del cambio y que dejemos atrás el machismo que tanto daño aún nos hace.
Nada de esto se consigue si desde casa, desde el hogar, no cambiamos de actitud, no escuchamos a los hijos, no los abrazamos, no conversamos con ellos o, simplemente, no los respetamos. Las penas duras son necesarias, pero no son el único camino. Hay que mirar la dimensión del problema.
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