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(GEC)
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El domingo pasado, se dio a conocer a la noticia de que el conocido café miraflorino Haití, cerraba sus puertas luego de 68 años. Aquella noticia causó nostalgia en sus acostumbrados clientes, así como alegría en sectores de izquierda, quienes, a pesar de que el restaurante daba trabajo a personas mayores, festejaron que el centro de reunión, según ellos, “exclusivo de élites limeñas” no pudiese soportar la crisis. Sin embargo, a las pocas horas, la cuenta oficial de Facebook de Haití desmintió los rumores sobre su cierre y anunció que espera volver a operar cuando las condiciones lo permitan.
Aquella noticia, a pesar de ser falsa, dejó al descubierto a quienes en su discurso dicen defender a los trabajadores, pero festejan apenas quiebra una empresa formal que da trabajo, por motivos ideológicos. Además, varios de los que se emocionaron con el supuesto cierre del Haití por ser “elitista” y “exclusivo para ricos”, homenajearon en redes sociales a tiranos como Hugo Chávez y Fidel Castro, quienes dejaron a sus pueblos en la miseria, mientras que sus familias son millonarias, pero, seguramente, los revolucionarios de Twitter no los consideran como miembros de las élites.
En Perú se tiene que apostar a que haya más Haitís que generen empleo, y menos personas que festejen cuando se destruyen puestos de trabajo. Porque la única forma de eliminar la pobreza es generando trabajo y fomentando el ahorro, no destruyendo trabajos e incentivando el gasto. Pero mientras se continúe asfixiando a los formales, cuando, afuera del negocio formal, los informales le hacen competencia sin ningún control, y mientras haya quienes sus dogmas y resentimientos los lleven a aplaudir que trabajadores queden desempleados, el país estará condenado a la informalidad y a la miseria.
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