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Pequeñas f(r)icciones: Un congresista de otro mundo

"Entonces, ya en confianza, le pedí al congresista que me muestre las momias tridáctilas —tres dedos en cada mano— que iban a ser objeto de estudio, o de burla, según el ángulo desde donde se le vea".

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PEQUEÑAS FRICCIONES
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“Las momias extraterrestres de Nasca son reales”, me dijo, con un tono entre ceremonioso y confesional, el congresista Germán Tacuri, es decir, con la misma afectación que utilizaría si me estuviera revelando quién mató a John F. Kennedy, con cuántos maletines se fugó Fujimori o, más aquicito nomás, por qué Dina Boluarte estuvo en Asia el verano pasado. “Pero, congresista”, le refuté, “el Ministerio Público ya hizo varias pruebas y determinó que esas ‘momias humanoides’ han sido construidas con diversos materiales y en tiempos recientes”. Fue entonces cuando Tacuri me reveló lo que yo, solito, ya me debería haber dado cuenta: “No me interesa lo que opinen los demás, sean humanos o extraterrestres. El evento se va a realizar de todas maneras y se hará en el Congreso de la República”.

El evento al que se refiere el congresista es real y, aunque no parezca, el congresista también. Y, para cuando usted lea estas líneas, dicha actividad ya estará en curso o ya habrá terminado. Se trata de una audiencia pública denominada “Seres tridáctilos de Nasca”. “Será un evento que nos pondrá en el mapa de la vanguardia científica”, me aseguró el congresista, mientras su dedo índice derecho me señalaba el camino que debía seguir si algún fin de semana —nunca está de más tener nuevas opciones— me provocaba visitar la galaxia de estos seres humanoides: Andrómeda, ubicada, cuadras más, cuadras menos, a aproximadamente 2.5 millones de años luz del centro de Lima.

Entonces, ya en confianza, le pedí al congresista que me muestre las momias tridáctilas —tres dedos en cada mano— que iban a ser objeto de estudio, o de burla, según el ángulo desde donde se le vea. Tacuri accedió. Me llevó hasta un mueble ubicado en un rincón de su oficina congresal. Abrió el primero de los tres cajones y extrajo de él una especie de bolsa de terciopelo. Luego, dio unos pasos, llegó hasta el borde del escritorio y metió la mano en la bolsa. Acto seguido, sacó una, dos, tres momias. “Aquí las tienes”, me dijo, emocionado, “esto prueba que los extraterrestres llegaron al desierto de Ica, junto con las culturas Paracas y Nasca, o de repente mucho antes”. A mí, lego en esta área del conocimiento, a primera mirada, las momias me parecieron más tres baratijas chapuceras para Halloween que invalorables patrimonios de la ‘humanoidad’.

Sin embargo, bien vistas, contempladas desde un respeto milenario, las momias tridáctilas de Nasca pueden engañar al científico más reputado, aunque, claro, por unos pocos segundos. “Estás planteando mal las cosas”, me dijo Tacuri, “aquí no se trata de creer o no en la verosimilitud de las momias, aquí se trata de tener la preparación, los conocimientos y la sabiduría para darse cuenta de que son auténticas”. La repregunta era tan obvia que hasta pensé en no hacerla, pero no me pude resistir. “Entonces, señor congresista”, siempre viene bien agregarle el ‘señor’ cuando la pregunta lleva su picante más, “considerando que no tiene dudas de su autenticidad, se puede decir que usted sí tiene —lo cité— ‘la preparación, los conocimientos y la sabiduría para darse cuenta’?”

Tacuri no me contestó. Optó por dejar que el silencio se hiciera cargo de la situación y, literal, dejó mi pregunta en el aire. En ese momento, tenía dos opciones: insistir con la pregunta o interpretar su no respuesta como una respuesta. Decidí optar por lo último, sobre todo, porque había un tema crucial que recién iba a plantearle. Y, mientras pasaba esto por mi mente, el congresista no apartaba la vista de las pequeñas momias. Parecía hipnotizado. “Tiene una altura de sesenta centímetros, poseen dos piernas, dos brazos, tres dedos por mano y una cabeza alargada. Además, dos pequeños ojos y una boca abierta”, me recitó sin que se lo pidiera y, también, con la boca abierta. Entonces aproveché el momento. “Señor congresista”, le dije, “entiendo que usted está convencido de que se tratan de momias reales, pero…”. “Es que no tiene sentido lo que dices”, me dijo, interrumpiéndome, “si no son reales, ¿para qué una persona o un grupo de personas se habría tomado la molestia de construirlas con tanto detalle? ¿Por qué alguien haría eso? ¿Para qué alguien gastaría tanto tiempo en tratar de engañar a la comunidad científica?” “Por lo mismo de siempre, congresista”, le respondí, “por el dinero”. Una luz de indignación iluminó su rostro. “¿Estás diciendo que hago esto porque me están pagando?”, me preguntó y no, la verdad era que no creía que lo hiciera por dinero. Para ser justos con Tacuri, su abismal e imbatible desprecio por la ciencia era suficiente para explicar el inexplicable evento que había organizado, uno que apuntaba no solo al ámbito internacional sino, como decía Buzz Lightyear: “al infinito y más allá”.

“Cuando hablo que detrás de todo esto hay un negocio no lo digo por usted”, le dije al congresista. Tacuri me miró con recelo, como si desconfiara de cada una de mis palabras. Luego, alzó la cabeza y me preguntó: “¿Entonces? ¿A qué te refieres?”. Y le conté a lo que me refería. A que un evento de esa naturaleza, más si se realiza en un lugar oficial como el Congreso de la República, le da una enorme publicidad a este tipo de objetos fraudulentos. Eso hace, continué, que los huaqueros busquen más huesos para crear nuevas momias y así comercializarlas. “¿Y para qué tienen que desenterrar huesos?”, me cuestionó el congresista, “les bastaría con utilizar momias reales y cortarles los dedos y modificarlas todo lo necesario para que parezcan momias extraterrestres”. Y tenía razón. Fue impresionante. Contra todo pronóstico, Tacuri se había convertido en un ser razonable y, por tanto, había revelado su lado más cartesiano ahí, frente a mis ojos. Por un instante feliz, pensé que, en consecuencia, el congresista había comprendido también lo absurdo que era realizar una audiencia pública sobre momias falsamente tridáctilas, y peor aún, en el seno de uno de los principales poderes del Estado. Sin embargo, la lucidez le duró, como dice Sabina, “lo que duran dos peces de hielo en un whisky on the rocks”. Y, yo diría, menos todavía.

A fin de cuentas, el único consuelo que me llevé de aquel encuentro fue la promesa congresal que conseguí. Que si, tal como la comunidad científica lo grita, las momias de Tacuri son un fraude, el próximo evento interplanetario versará sobre una sospecha cada vez más firme y extendida: si determinados congresistas pertenecen o no a este mundo. Tacuri, desde luego, sería el primero de esa abultada lista. ¿Se les ocurren otros?