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Pequeñas f(r)icciones: “Los Acuña y cómo retrasar las elecciones adelantadas”
El siguiente texto es ficticio; por tanto, nada corresponde a la realidad: ni los personajes, ni las situaciones, ni los diálogos, ni quizá el autor. Sin embargo, si usted encuentra en él algún parecido con hechos reales, ¡qué le vamos a hacer!
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Richard Acuña ingresa sin tocar al estudio de su padre César Acuña, líder de Alianza para el Progreso y actual gobernador regional de La Libertad. El también excandidato presidencial lo ve de reojo y, con la mano, le hace una señal para que espere, todo sin quitar la mirada a uno de los tantos diarios que descansan sobre su escritorio. Richard procura no hacer ruido y se sienta sigilosamente en la silla frente a él. Un par de minutos después, Acuña quita la vista al último de los periódicos y da un suspiro.
-¿Y, pa’, alguna novedad en la prensa? -pregunta Richard.
-No sé -responde Acuña-. No puedo leer nada sin mis lentes.
Richard hace un gesto de extrañeza.
-Verdad, me había olvidado, pero entonces, ¿qué hacías con los diarios?
-Buscando mi foto.
-¿Y la encontraste?
-Nada, Richard. Me preocupa que ya hace semanas que no aparezco. La gente se va a olvidar de mí, de todas las cosas que he hecho.
-Ojalá.
-¿Cómo dices?
-Que ojalá que la gente no se olvide de ti, aunque nos vendría bien que no se acuerde de las cosas malas.
-¿Cosas malas? ¿Cuándo he hecho cosas malas que han dejado de ser buenas?
-Mmm, no sabría decirte.
Ahora Acuña repite el mismo gesto de su hijo.
-¿Venías por algo en especial?
-Sí, pa’. Quería contarte algo de suma importancia.
-Dime, ¿tiene que ver con mis posibilidades electorales?
Richard alza las cejas.
-Pero, pa’, ¿para qué te preocupan las elecciones si tú ya tienes un cargo?
-Y me hago cargo de mi cargo, pero para mí más es una carga. ¿Me entiendes?
-Creo que sí.
-Tú sabes que lo único que siempre he querido ser es presidente de la República.
-El primer mandatario de la nación.
-Eso también. Si lo logro, coronaría una vida sacrificada, llena de esfuerzos. Recuerda que soy un hombre que se hizo a sí mismo.
-No te preocupes, pa’. La próxima vez lo harás mejor.
Acuña achina los ojos y sopesa a su hijo. Siempre que le queda la duda del sentido de sus palabras, le empieza a hincar la cabeza.
-¿Te pasa algo, pa’?
-No, Richard, nada. Más bien, cuéntame qué era lo que me ibas a contar.
-Ah, sí, pa’. Dina Boluarte me llamó para una cita. ¿Qué opinas?
-No sé, Richard. Es un tema delicado. Tú acabas de casarte.
-No, pa’, es una cita política. Me dijo que quiere que vaya contigo a Palacio.
-¿Conmigo?
-Sí, dicen que se está reuniendo con los líderes más importantes del país. Seguro que antes quiere hablar contigo.
Un hincón le llega a la cabeza de Acuña.
-¿De qué querrá hablar?
-Es obvio, Richard. Quiere saber cuál es nuestra posición sobre el adelanto de elecciones.
-¿Y cuál es?
-¿Cómo que cuál es? ¿No te acuerdas que acordamos que la bancada no firme nada y se haga la desentendida?
-Claro, me acuerdo. Lo que no me acuerdo es por qué estamos en contra de adelantar las elecciones.
-Es obvio, Richard. Como te acabo de decir, yo quiero postular a la Presidencia, pero, si las elecciones fueran este año, tendría que renunciar ya mismo a mi cargo de gobernador.
-Pero es muy pronto para que renuncies, pa´. No tienes ni dos meses.
-Peor, no tengo ni tres. Por eso es que no queremos elecciones este año.
-Ahora lo entiendo.
-¿Y qué dijeron los de la bancada?
-Estaban felices. Dijeron que estaban dispuestos a quedarse hasta 2026.
-No, pues, tampoco tanto. A mí me basta con que las elecciones no sean este año.
-Lo sé, pa´, pero a ellos no les basta. Ellos quieren quedarse los cinco años completos.
-Yo los entiendo. Ya lo dice el viejo y conocido refrán: “Más vale curul en mano que ciento volando”.
-Es pájaro pa’.
-Bueno, “más vale curul en mano que pájaro volando”.
En la sala de espera de Palacio de Gobierno, los Acuña, hundidos en los enormes sillones de cuero, no logran estar del todo quietos. Se mueven para adelante, para los lados, hasta se paran y vuelven a sentarse, pero no logran encontrar la comodidad.
-Pa’, solo para quedar claros. Entonces vamos a decirle a Dina que no queremos que haya elecciones este año.
Acuña mira a Richard. Suspira y se hunde todavía más en el sillón.
-No pues, Richard. Ni a ella ni a nadie le vamos a decir lo que en verdad queremos. A propósito, tú sabes que la verdad es eso que hacemos cuando dejamos de mentir.
-Creo que sí. Pero dime, ¿entonces qué le diremos a Dina?
-Le vamos a decir lo contrario. Que vamos a apoyar que las elecciones sean este año.
-Me confundes un poco.
-Ayer hablé con gente del Congreso. Me dicen que ya es imposible que las elecciones sean este año. Por eso vamos a apoyar, porque nuestro apoyo ya no sirve.
Richard sonríe y, a la vez, asiente con la cabeza.
-Verdad, Richard. Cuéntame, ¿cómo va tu matrimonio? ¿Cómo está Brunella? ¿Están felices? Recuerda que la felicidad es esa cosa que te hace feliz.
-Nos está yendo bien, pa’.
-Y dime, ¿te casaste con separación de bienes?
-Claro que sí.
-Qué bueno. ¿Y ella lo tomó a mal?
-No le he preguntado, pero, la verdad, no creo.
-¿Por qué no crees?
-Porque la mayoría de bienes los separó para ella.
En ese instante, aparece la secretaria de la presidenta y les avisa que pueden pasar. Un minuto después, Acuña y su hijo ya están sentados en un lado de una mesa larga. Justo frente a ellos, del otro lado, están el premier Alberto Otárola y la presidenta Dina Boluarte.
-Señores -dice Otárola-, la presidenta Boluarte los ha invitado para explicarles la necesidad de adelantar las elecciones.
-Totalmente de acuerdo -responde Acuña y luego mira a Boluarte-. Señora presidenta, cuente con mi bancada y con nuestro partido para pedir que las elecciones se hagan este año.
-Gracias, César -dice Boluarte-. No esperaba menos de ti.
-¿Esperaba más?
-No, César. Lo importante es que sé que vamos a contar con ustedes. Más bien, hagamos votos para que al final el Congreso adelante las elecciones.
Acuña se rasca el puente de la nariz, mientras da un largo suspiro.
-Yo encantado de dar la mano, Dina, pero ya eso de ponernos a hacer votos ya me suena hasta ilegal.
En la mañana del día siguiente, sentado en su estudio, Acuña revisa todos los diarios buscando su foto. Un asalto de alegría le sobreviene al verse retratado primero en uno y luego en casi todos los demás. Entonces, de la nada, le invade una imagen de gentes, casas, tierras traídas hasta él por los vientos del norte, de una ciudad, de toda una región que lo espera. Y así, de golpe, el enorme peso de la responsabilidad le aplasta el ánimo. “Solo queda una cosa por hacer”, piensa, “¿por cuánto tiempo puedo pedir licencia?”.
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