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Pequeñas f(r)icciones: Gareca, Castillo y nuestro hombre en Miami

Como todas las mañanas, Ricardo Gareca, el director técnico de la selección peruana de fútbol, sale a trotar en los alrededores de su departamento. Su figura alta y quijotesca no pasa inadvertida. “Tigre”, “Maestro”, “No te mueras nunca”, le gritan al ser reconocido. Gareca alza la mano, asiente con la cabeza y dibuja una sonrisa. De pronto, en el tramo menos transitado de su ruta, una camioneta aparece y se detiene junto a él. Tres tipos encapuchados salen del vehículo, lo rodean, lo obligan a subir y lo encapuchan. Varios minutos después, lo bajan, lo dejan sentado en una silla y, sin ninguna delicadeza, le quitan la capucha. Gareca entrecierra los ojos para soportar el repentino baño de luz. Cuando logra ver con claridad, no puede creer la imagen que acaba de formarse ante sus ojos.

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Fecha Actualización
Como todas las mañanas, Ricardo Gareca, el director técnico de la selección peruana de fútbol, sale a trotar en los alrededores de su departamento. Su figura alta y quijotesca no pasa inadvertida. “Tigre”, “Maestro”, “No te mueras nunca”, le gritan al ser reconocido. Gareca alza la mano, asiente con la cabeza y dibuja una sonrisa. De pronto, en el tramo menos transitado de su ruta, una camioneta aparece y se detiene junto a él. Tres tipos encapuchados salen del vehículo, lo rodean, lo obligan a subir y lo encapuchan. Varios minutos después, lo bajan, lo dejan sentado en una silla y, sin ninguna delicadeza, le quitan la capucha. Gareca entrecierra los ojos para soportar el repentino baño de luz. Cuando logra ver con claridad, no puede creer la imagen que acaba de formarse ante sus ojos.
-¿Señor presidente? -pregunta, extrañado y confundido, al ver a Pedro Castillo.
-Profesor Gareca.
-Pero qué significa esto. ¿Por qué me traído así?
Castillo perdió el habla durante unos segundos.
-No sé qué decirle. Mis más sinceras disculpas. Lo que pasa es que yo necesitaba conversar con usted con suma urgencia.
-¿Esa es su explicación? ¿Me está cargando?
-Yo le pedí a mi asistente que lo traiga a usted a como dé lugar y el muy bruto entendió todo mal.
-¿Usted sabe qué pasaría si saliendo de aquí le cuento todo a la prensa?
-Vamos, profesor. No lo tome tan personal.
-Esto es una cosa de locos.
Gareca dibuja una mueca de desagrado en su rostro.
-Profesor, cálmese. Usted siempre ha tenido fama de ser una persona calmada.
-Y, puede ser. Pero me pone un poco nervioso que en un país donde se vive en democracia, un grupo de encapuchados del gobierno se dedique al secuestro.
-No, profesor, no diga esa palabra tan fea.
-¿Secuestro?
-No, democracia. Perdón, me confundí. Igual le vuelvo a pedir disculpas. Se lo digo en serio.
Gareca mueve la boca, como si estuviera mascando chicle. Luego de un silencio, asiente con la cabeza.
-Y, disculpas aceptadas.
Una sonrisa franca y sincera aparece en el semblante de Castillo.
-Que no se hable más de esto entonces.
-Supongo que ya puedo irme -dice Gareca, más tranquilo.
-Sí, claro, profesor. Usted puede irse cuando quiera.
Gareca se pone de pie.
-Pero antes -dice Castillo-, le agradecería que me dé unos minutos de su tiempo. Total, usted ya está acá. Serán solo unos minutos.
-Y, está bien. Después de todo usted es el presidente. Eso sí, mientras más rápido, mejor, ¿vio?
El presidente se acerca a un escritorio y alza el teléfono. Casi enseguida, tocan a la puerta. Castillo dice que pasen nomás y hace ingreso el asistente. Este saluda efusivamente al presidente y le hace una reverencia a Gareca.
-Bueno, muchacho, aquí está el profesor. Explícale lo que me explicaste a mí.
El asistente se demora un momento en ponerse en un lugar específico. Busca estar equidistante de Castillo y de Gareca.
-Buenos días, señor presidente, señor Tigre. Es decir, señor Gareca.
-Apúrate, muchacho -dice Castillo-. El profesor Gareca está un poco impaciente.
El muchacho se alza de hombros.
-Claro, claro, lo haré lo más puntual posible. Se trata de darle popularidad al gobierno a través de un personaje popular como usted. Y, claro, también con la selección.
Gareca se reacomoda en su asiento y apoya el mentón sobre su mano, en clara pose vallejiana.
-Hemos pensado que el presidente Castillo, es decir, el gobierno, se junte con el fútbol, es decir, la selección. Así damos el mensaje de unidad entre el gobierno y la selección. Es decir, entre usted, señor presidente y usted señor Gareca.
-Buena idea -dice Castillo, mientras Gareca permanece en un silencio imperturbable.
-Entonces lo que vamos a hacer es aprovechar estos dos meses previos al viaje. El presidente Castillo hará visitas a la Videna cuando estén entrenando, también hará una gira para ver cómo están los jugadores del exterior y, cuando haya partidos de preparación, el presidente Castillo dará el play de honor. Es decir, iniciará simbólicamente los encuentros.
-Con esto nos vamos para arriba -interviene Castillo.
-Desde luego todo esto es la previa de lo que será el repechaje. El viaje para ese partido será en el avión presidencial. ¿Se imaginan? Los jugadores mezclados con el presidente. Es decir, el gobierno con el pueblo. Así damos la imagen de una gran unidad.
-A mí me parece excelente -añade Castillo.
-Pero eso no es nada -continua el asistente-. Cuando clasifiquemos al mundial, porque seguro que vamos a clasificar, el presidente Castillo será el jefe de la delegación peruana rumbo a Qatar. Les explico…
-Pará, pará ahí, por favor -interviene Gareca.
-¿Pará? -repite Castillo.
-Pará. Es decir, que pare, que se detenga, que me deje de…complicar la vida.
El asistente se vuelve de piedra. No se mueve. No emite sonido.
-¿Qué pasa, profesor? -pregunta Castillo.
-Y, ¿me pregunta qué pasa? Le digo lo que pasa. Desde que vine a este país me prometí no meterme en política. Siempre pensé que lo mejor es no mezclar las cosas. No lo he hecho antes y no lo voy a hacer ahora.
-Pero profesor. Se olvida de algo. La selección es de todos los peruanos. Por lo tanto, es del pueblo.
-Y, sí. Es del pueblo. Eso es verdad.
-¿Y entonces?
-Que una cosa no tiene que ver con la otra, ¿vio? Yo lo siento, señor presidente. Agradecemos cualquier apoyo que quiera hacer, pero eso nada más. No vamos a mezclar fútbol con política. Y es mi última palabra.
Las facciones de Castillo se agravan.
-¿Ya puedo retirarme?
-Claro -dice Castillo-. Puede irse.
Gareca se pone de pie.
-Si gusta puedo decirle a mi gente que lo lleve hasta su casa.
-No, gracias, señor presidente. No quiero llegar encapuchado a mi casa, ¿vio?
El director técnico de la selección sale de la oficina y luego de Palacio de Gobierno. Castillo mira al asistente.
-¿Y ahora qué hacemos? -le pregunta.
-Bueno, señor presidente. Tendremos que ejecutar el plan B.
-A ver, dame los detalles.
-Vamos a necesitar a Succar.
-Ya, pero, ¿rubia o blanca?
En la mañana siguiente, en una calle de Miami, un hombre delgado y de ojos achinados, camina como llevando el ritmo, dando pequeños golpes a los lados de sus piernas, mientras unos enormes audífonos laten sobre sus oídos. Entonces, de la nada, una camioneta se materializa y se detiene junto a él. Tres tipos encapuchados salen del vehículo, lo rodean y lo obligan a subir.
-¿Qué pasa? ¿A dónde me llevan? -dice el retenido.
-Tranquilo, Tony. Tú tranquilo.
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