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Pequeñas f(r)icciones: El que Acuña al último
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Sentado en su estudio, detrás de su escritorio de caoba, César Acuña se sirve un vaso de pisco y sonríe, satisfecho. El Poder Judicial acaba de sentenciar, en primera instancia, contra Christopher Acosta, autor del libro Plata como cancha, donde se da luz a diversos pasajes comprometedores de la vida del líder de Alianza para el Progreso. Acuña está a punto de apurar el vaso, pero el sonido de un par de golpes en la puerta lo interrumpen. “Pasa”, dice y en seguida aparece un hombre de contextura delgada. Apenas da un par de pasos y se detiene.
–Don César –dice el hombre–. Venía a decirle que ya todo quedó listo para la reunión.
–Excelente –dice Acuña, y luego se toma el vaso de golpe.
–Yo quería felicitarlo. Ahora la prensa sabrá que no debe meterse con usted.
–Es verdad, aunque yo ya me acostumbré a los ataques.
–Me imagino.
–La vida es dura –dice, deteniéndose en cada palabra, como si estuviera esculpiéndolas en piedra.
–Así es. La vida es dura –vuelve a decir el hombre y luego agrega–. Mientras dura.
Acuña entorna los ojos.
–La vida es dura, mientras dura –repite despacio, como queriendo memorizarla–. Me gusta esa frase. ¿Es tuya?
–Sí. Es decir, no sé.
–Bueno, ahora es mía. Te la compro.
–¿Qué dice?
–Te la compro –dice mientras saca su billetera y pone unos cuantos billetes sobre el escritorio–. ¿Te parece 300?
–¿300 soles?
–Así que te gusta negociar –dice y saca más billetes–. Ya, te doy 500, pero ni un sol más. ¿Aceptas?
El hombre camina hasta el escritorio y coge el dinero.
–Claro, acepto.
–Eso sí. Te olvidas de la frase. Nunca más la podrás usar.
–Está bien.
–Ahora anda y dile a mi hijo que quiero verlo.
El hombre sale del estudio. Acuña saca un cuaderno de uno de sus cajones y copia la frase. Luego la repite varias veces, para no olvidarla. Cuando ve que Richard Acuña ingresa en el estudio, guarda el cuaderno y se reacomoda en el asiento.
–Siéntate, hijo –dice Acuña–. ¿Un pisquito?
–No papá, gracias. Así estoy bien. ¿Me llamaste por algo en especial?
–Sí, qué reacciones ha habido.
–Lo que esperábamos. En los medios y en las redes sociales dicen que ha sido un golpe a la libertad de prensa.
–No sabes la alegría que me da escuchar eso.
–Me preocupa que esto le dé publicidad al libro.
–Tú tranquilo. Voy a hacer lo que debí haber hecho apenas se publicó.
–¿Dar un conferencia de prensa y disculparte por las cosas que hiciste?
La mirada de Acuña parece de hielo.
–No, hijo. Me refiero a comprar todos los libros.
Richard Acuña se pasa la mano por la frente.
–No sé, papá.
–No te he preguntado tu opinión.
–Pero, papá…
–Cállate y escúchame. Anda a todas las librerías de Lima y compra todos los ejemplares del libro. Pon todo a la cuenta de la Vallejo.
–Papá, ¿cómo se te ocurre? La gente me conoce. Voy a hacer el ridículo. Todos se van a enterar de que ando por ahí comprando los libros.
Acuña abre uno de sus cajones. Saca un sobre repleto de dólares y lo pone sobre la mesa.
–¿Ahora sí lo vas a hacer?
El hijo abre más los ojos. Una luz de indignación parece iluminar su rostro.
–¿Tú crees que todo es plata en esta vida? Yo sé que te has acostumbrado a pagar para que la gente haga lo que quieras, pero mira con quién estás hablado. Yo soy tu hijo.
Acuña mete la mano en el cajón y pone otro sobre junto al otro.
–Pido boleta nomás, ¿no?
Vestido de forma impecable, Acuña baja del segundo piso, despacio, deteniéndose en cada escalón, disfrutando de ser visto, admirado, como si fuera un artista consagrado apareciendo, por fin, en escena. Mientras desciende, ve con satisfacción que, en primer término, la sala y, más allá, el jardín, rebosan de invitados, la mayoría de ellos incorporados, sistemática, calculada y paulatinamente, en su enorme y siniestra red de intereses políticos, académicos y económicos.
Tras saludar a las figuras públicas más importantes, Acuña sale al jardín, donde se ha armado un estrado para la orquesta que está, a un lado, desenfundando sus instrumentos. El hombre de la plata como cancha carraspea antes de acercarse al micrófono.
“Antes de hablar, quisiera decir unas palabras. Primeramente, gracias a todos por venir a mi humilde hogar. Como saben, esta es una celebración. Celebramos que se hizo justicia. Y la justicia trae la felicidad. Yo siempre lo he dicho: una persona es feliz cuando alcanza la felicidad. Y no siempre se logra eso en la vida. ¿Y qué es la vida? Es lo más preciado que uno tiene en la vida. Y, claro, mientras hay vida, hay esperanza. Hay esperanza de vida. Hay otra cosa que quiero decirles sobre la vida. Algo más profundo. Es algo que he pensado recientemente, que me llevó mucha meditación: la vida es dura…”.
“Mientras dura”, lanza una voz anónima en medio del gentío, completando la frase.
El rostro de Acuña se pone blanco, mientras trata de ver en vano quién ha hablado. “500 soles al agua”, piensa, “igual la plata es lo de menos, pero cómo pudo ser capaz de decirme que la frase era suya. Detesto a los plagiadores”.
De pronto, Acuña siente que un barullo se forma detrás de su pequeño auditorio. Se empina y reconoce a su hijo, que, a duras penas, trata de abrirse paso entre los invitados. Cuando llega hasta él, Acuña lo recibe preocupado al ver, en la gravedad de su rostro, el innegable presagio de malas noticias.
Su hijo sube al estrado, lo separa del micrófono y lo lleva a un rincón, en medio de la mirada atenta y curiosa de todos. Le pone las manos sobre los hombros, con fuerza, como asegurándose de que no se vaya a caer.
–¿Qué pasó? –pregunta Acuña.
–No pude comprar ningún libro.
–¿Por qué?
–No encontré ninguno –responde Richard, apenado.
–No entiendo.
–Papá –dice–. El libro es un best seller.
Acuña mira atónito a su hijo. De súbito, le flaquean las piernas y sufre un devaneo. Un murmullo generalizado recorre el jardín, la sala, la casa entera.
–Papá, ¿estás bien? ¿Quieres que llame al doctor?
–No, hijo. No es necesario. Es que no puedo entenderlo.
–Yo te dije que no debimos demandarlo. Yo te dije.
Acuña tiene la mirada fija en su hijo, pero parece que no lo ve ni lo escucha.
–Pero no te preocupes, papá. Ya vamos a ver la mejor forma de solucionar esto.
–Hijo, antes que nada, necesito que me digas algo.
–Lo que quieras.
–Pero dímelo sin mentiras. ¿Lo prometes?
–Por supuesto, papá. Te escucho.
–Dime…
–¿Sí?
–¿Qué significa best seller?
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