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Redacción PERÚ21

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Carlos Meléndez,Persiana AmericanaEn la inauguración del 35 Periodo de Sesiones de la Cepal, realizado en Lima el martes pasado, el presidente Ollanta Humala emitió un discurso que traslucía sus premisas caducas sobre la pobreza y sus consecuencias políticas.

Según Humala, la desigualdad es el origen de la violencia. Cuando aquella aumenta, "se genera resentimiento y de ahí a la violencia hay un paso". La desesperación, fundada en la pobreza –personificada en Jean Valjean de Los miserables–, conduce inevitablemente a un camino distinto al democrático, a uno "caótico y violentista", añade nuestro mandatario.

La teoría base del 'pensamiento Humala' se remonta a la psicología social de mediados del siglo pasado, cuando se sostenía que situaciones de privación relativa explicaban la insurrección social. De hecho, las primeras elucubraciones sobre Sendero Luminoso seguían ese tenor interpretativo, al punto de convertirlo en prejuicio. Sin embargo, se ha demostrado largamente que la violencia política no está asociada exclusivamente a clases bajas, sino que depende de muchos otros factores (capacidad de organización, ideología, liderazgo).

Insistir, en pleno siglo XXI, en este argumento desactualizado solo lleva a reproducir los estereotipos sociales en un país desigual, clasista y discriminatorio.

La gravedad del asunto recae en la institucionalización de la malversada idea-fuerza de que el pobre es un radical en potencia, lo que recalca la archimanida discriminación histórica. Si con este discurso el "estadista del año" (sic) quiso demostrarnos que leía a los clásicos, también resaltó que, en realidad, más importante que saber qué lee el presidente, es saber qué es lo que entiende.