(Foto: GEC)
(Foto: GEC)

Una vez más, el presidente Pedro Castillo pretende descargar su ira por las denuncias de corrupción, que se siguen acumulando en su contra, amenazando a la prensa independiente.

El objetivo, en esta oportunidad, fue el programa televisivo Panorama, por haber difundido unas declaraciones de su exsecretario Bruno Pacheco que acusan al mandatario de haber recibido dinero por la designación de Hugo Chavez Arévalo en Petroperú.

Se trata, además, de una versión que encaja con dichos y testimonios de otros testigos y colaboradores de la justicia sobre las presiones que ejerció Pacheco sobre el entonces ministro de Energía y Minas, Iván Merino. Y que, por lo demás, según supo Perú21, es lo que este habría declarado a los fiscales luego de entregarse acogiéndose a la condición de colaborador eficaz.

Es decir, Panorama no hizo más que cumplir con su trabajo periodístico: difundir lo que el recientemente entregado Bruno Pacheco estaba “cantando” en el Ministerio Público, una primicia basada en un hecho real. Enemigo de la transparencia como condición esencial en el ejercicio de un cargo como es la presidencia de la República, aficionado a las negociaciones en la oscuridad de la noche y a los gabinetes en la sombra, Castillo no pudo más que enfilar su cólera contra aquellos que osan sacar a la luz lo que a él, con un sinfín de ardides, le cuesta tanto ocultar.

En lugar de ponerse –no solo de la boca para afuera– a disposición de los investigadores o demostrar con argumentos y pruebas que el mensaje es falso, el jefe de Estado, en cambio, opta por amenazar al mensajero. Tal y como se hace en gobiernos totalitarios como los de Nicaragua, Cuba, Venezuela y demás. Países donde la libertad de prensa y de opinión son inexistentes, pues pondrían en serios aprietos a quienes ostentan el poder, al revelar o difundir verdades demasiado incómodas.

Castillo olvida que estamos en una democracia, no en esos gobiernos que él seguramente admira. En una democracia, sin embargo, el periodismo independiente tendrá siempre bajo escrutinio los tejemanejes –públicos o taimados– de sus máximas autoridades, más aún si se resisten al mandato constitucional de la transparencia en todos los actos de gobierno. Y gracias a la prensa es que cada día quedan más claras las razones de tanto ocultamiento presidencial.