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Pausa, por favor
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El Génesis nos dice que el Señor terminó su creación en 6 días. ¿Y el séptimo? Miró Su obra y la apreció y… ¿descansó? Sería contradictorio con la definición del Ser Supremo. No puede haber necesitado descanso. En hebreo se emplea la raíz ShBT, de la que proviene sábado y de la que también se deriva huelga, paro. Sí, Dios paró, no descansó. Pocas cosas son tan importantes para el desarrollo de la mente, para su equilibrio y bienestar, como aprender a parar. Hacer una pausa. Si ustedes, queridos lectores, unen todas las palabras del párrafo anterior y quitan del texto los signos de puntuación, y tratan de leerlo, se enfrentarán a una tarea cognitivamente desgastante y afectivamente devastadora. Como una vida rauda que no tiene hitos, que no tiene ritmos, como la que proponemos a nuestros hijos y alumnos con una seguidilla de logros que se acumulan pero no se procesan, con horarios impuestos desde fuera con el pretexto de hacerlos avanzar rápido, huir hacia adelante en un esfuerzo que nos tranquiliza porque sentimos que los estamos preparando para el futuro.
Pero ¿cultivar el arte de la pausa, del recreo, del ocio, que restauran y permiten el sabor de la alternancia, del reencuentro, de la renovación y el recomienzo? ¡No!, no vayamos a estar perdiendo el tiempo, no vayamos a promover la mirada crítica de lo que se hace en piloto automático y a toda velocidad. No debe ser casual que los países con menos pausas y recreos tienen muy altas notas en los exámenes estandarizados que está tan de moda usar como criterio de educación exitosa, pero casi no pueden mostrar premios Nobel ni muchas patentes.
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