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Redacción PERÚ21

redaccionp21@peru21.pe

Cuando estaba a punto de iniciar un programa de educación en escuelas rurales, el gerente de una minera me dijo: " Ni lo intentes, esos niños llegan a la escuela hablando quechua y no vas a lograr nada". Claro, si no se intenta, obviamente no es posible tener logros.

Después de haber visitado la zona, a 4,500 metros de altura, yo sabía que el quechua sería el menor de los problemas. Los profesores estaban de huelga, quemando llantas; los niños sufrían de anemia y desnutrición; los padres les exigían que aprovecharan una oportunidad que ellos no habían tenido, pues sus propios padres nunca les habían dado la ocasión de aprender. Eran más útiles cuidando ganado en el campo. Finalmente, y tal como lo demostraron las pruebas hechas al inicio del proyecto, los niños no habían aprendido mucho (y en muchos casos, nada).

A estas alturas, no íbamos a inventar la pólvora. ¿Qué hace un padre de familia con posibilidades económicas cuando su hijo no aprende? Contrata un profesor para que refuerce el aprendizaje, empezando desde el momento en que el niño dejó de entender.

Si funcionaba para unos, ¿por qué no para otros? Independientemente del grado académico, se evaluó la capacidad de cada niño y se le entregó el material que le permitiría aprender sobre bases sólidas. Los maestros que antes quemaban llantas, apoyaron también. ¡Se logró dar educación personalizada en una de las zonas más alejadas! Tal como se le da a quienes pueden pagar por ella.

Resultados (y hay más): después de menos de un año de programa, más del 90% de los niños de 5 años, tenía las capacidades de comunicación y mas del 70% lograba las capacidades matemáticas. Esos mismos quechua hablantes con los que "no había nada qué hacer". ¿Imaginan la felicidad de un niño que por primera vez resuelve una operación matemática, imposible para él hacía unas semanas? ¿O cuando lee y entiende su primer cuento? Nunca dudar de la capacidad de un niño, si se interviene a tiempo.