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Para no poner la otra mejilla
“Ya no son las bandas de hampones de barrio, auspiciados por la pobreza. Ahora son organizaciones internacionales, auspiciadas por la economía criminal”.
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¡Agárrenlo! Una voz en off lo cuenta: el hombre que se está quemando corre buscando escapar de sus verdugos. Dos sujetos en moto estaban tras los pasos de un comerciante que llevaba 40 mil soles. Al ser descubiertos, fueron atacados por los trabajadores de la zona, cansados de la ola de inseguridad. Una pedrada acabó con la huida. Vierten gasolina sobre la moto para incinerarla. Lo mismo hacen con el conductor. ¡No lo dejen huir, no lo dejen! ¡Puta, causa, que lo maten! ¡Si ya lo están quemando vivo! Ocurrió en Trujillo esta semana. La nota es de ATV Noticias, pero hay cientos en redes. Ni se molestan en advertir que el video contiene imágenes violentas. Sin embargo, lo terrible no es la brutalidad de la escena, sino que es cotidiana, que nos vamos acostumbrando, que nos va pareciendo que está bien. Se ha perdido la noción de justicia, quizá porque ya no creemos en ella; se ha perdido la compasión, quizá porque en medio de la barbarie solo importa sobrevivir.
El linchamiento tiene raíces muy antiguas. Debe de haber aparecido cuando empezábamos a vivir en manada. Se hizo comedia con Fuente ovejuna de Lope de Vega. ¿Quién mató al comendador? Fuenteovejuna, señor. ¿Quién es Fuenteovejuna? Todos a una, señor. El linchamiento parece una respuesta desesperada a una justicia que no llega, pero no deja de ser un feroz asesinato porque, aunque la víctima fuese un criminal, merece cárcel, no la muerte. Antes de eso, merece un juicio para que se defienda, porque podemos estar equivocados. No obstante, en ausencia de justicia, el linchamiento se viste de autoridad y concede impunidad, por el anonimato en la multitud. En el Perú, por usos y costumbres ancestrales, hemos permitido que las rondas campesinas linchen: desde latigazos folclóricos hasta destierros y asesinatos (López Albujar, “Ushanan Jampi” en Cuentos andinos). Tiempo después, cuando el Ande vino a la ciudad, repitió la práctica con las rondas urbanas de las barriadas.
Pero lo de ahora es otra cosa. No es una situación excepcional que ocurre en los márgenes de la sociedad, sino algo cotidiano que sucede en el centro mismo. El origen cercano puede estar en las campañas Chapa tu Choro de 2015 porque policías, fiscales y jueces eran incapaces de meter presos a los delincuentes. Al principio fueron gigantografías de Soy Ratero, pero, como a los delincuentes no les afecta esa mala publicidad, pasamos a Aquí no te entregamos a la Policía, Aquí te matamos. Diez años después, los criminales han mutado. Ya no son las bandas de hampones de barrio, auspiciados por la pobreza. Ahora son organizaciones internacionales, auspiciadas por la economía criminal. Antes el robo era el objetivo; ahora el secuestro, la extorsión y la esclavitud son solo los medios de otro delito mayor, imponer la economía criminal. Empezaron con el narcotráfico y el contrabando; ahora es la minería ilegal, la tala de bosques indiscriminada, el tráfico de terrenos y mañana lo será todo. Para que este nuevo modelo funcione, necesitan que el Estado no funcione (Carrión, Producción social de las violencias).
El problema es que solo vemos el delito y las reacciones desesperadas de la gente. No estamos viendo la enorme destrucción de la sociedad que produce el crimen organizado, ni que está sustituyendo al Estado, porque genera trabajo para mucha gente. Para el 13% de la población, la economía criminal tiene un impacto positivo y va creciendo; sume el 45% que piensa que no tiene un impacto negativo y llegamos a una mayoría de 58% que simpatiza (Barómetro de las Américas, Perú 2023). El crimen organizado no se vence con populismo penal, más años de cárcel o pena de muerte. Se vence recuperando autoridad y para eso se requiere una reforma total de la Policía, del Ministerio Público y del Poder Judicial. Se vence cortando sus fuentes de financiamiento y para eso se requiere erradicar la economía criminal y promover la economía formal. Se vence con legitimidad y, para eso, se requiere conectar con la gente, generar empleo formal para que prosperen sin violencia. No se trata de derechas ni de izquierdas, sino de recuperar Estado y sociedad, que son los territorios que vamos perdiendo. Seguridad y economía de la buena. ¿Nos aliamos para recuperarlas o seguimos perdiendo la guerra?
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