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Pandemia y progreso

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Fecha Actualización
Nadie jamás imaginó que el 2020 iba a empezar como empezó. La prensa estaba enfocada en crisis económicas, políticas, sociales, bélicas, migratorias y morales. Sin embargo, nadie previó la crisis –sin precedentes– que nos trajo el coronavirus… de sopetón.
Por el lado de la ciudadanía ya sabemos. El mundo cambió y para siempre. Ahora todo es “distanciamiento social”. O sea, evitar contactos con otras personas. Sobre todo ¡con los abuelos! Y si se enferman de coronavirus… ni cuidarlos. Aislarlos. Y si se mueren… no hay que velarlos ni enterrarlos como de costumbre. ¡Son contagiosos!
Lávate las manos. Cero besos. Cero abrazos. Usa mascarilla. Quédate en casa. Teleestudia. Teletrabaja. Y si tienes que salir, mantente –mínimo– a 2 metros de la persona más próxima.
Y así por el estilo. El impacto del coronavirus en nuestras vidas es brutal. La pregunta es ¿y el Estado? ¿Acaso va a seguir tan burocrático, indolente, inoperante y corrupto? ¡Nada que ver! El Estado tiene que cambiar tanto como la ciudadanía.
El viejo Einstein decía: “Las crisis son la mejor bendición que puede sucederle a personas y países, porque las crisis traen progresos”. Bueno pues. Si queremos progresar –una vez superada la crisis– el Estado también debe cambiar. Por ejemplo, ¿tiene sentido mantener el sistema municipal de suministro de agua potable a nivel nacional? ¿Qué hacemos con la basura en las calles si los municipios no son capaces de recogerla? ¿Qué sentido tiene mantener tantísimas instituciones estatales que no educan, no curan, no protegen y no juzgan? O sea, no sirven para nada.
Y las colas. ¿Qué sentido tienen las colas si la transformación digital del Estado está a nuestra disposición? Todo debe digitalizarse en el Estado. Cero papeles, cero colas, cero coimas. Incluso, en el tema de las prisiones. Hasta cuándo tendremos que esperar a los grilletes electrónicos para que miles de presos –de baja peligrosidad– purguen sus penas en casa, y no vivan hacinados y chantajeados por avezados criminales y carceleros mafiosos.
Agua, salud, educación y seguridad. ¿Tanto le cuesta al Estado concentrarse en esas cuatro prioridades? ¡Qué sentido tiene gastar millonadas en burocracias inútiles, monumentos adefesieros, y todo tipo de elefantes blancos!
Si como consecuencia de esta brutal crisis, el Estado se reformara para dedicarse prioritariamente a mejorar los servicios de agua, salud, educación, y seguridad, diríamos –como el viejo Einstein– que la pandemia habría traído progreso.