Con las Olimpiadas aún vibrando, conviene no perder el espíritu de superación que transmiten.
MIRA: Gozar el puro misterio
Si hay una prueba que despunta es la del maratón (el Diccionario panhispánico admite “el” o “la”; opto por el masculino), en el que, por cierto, una peruana quedó entre las más veloces del planeta.
El maratón es la prueba más dura; la más completa de todas. Exige concentración, sacrificio, resistencia y perseverancia a lo largo de los 42,195 metros que se han de correr.
El origen del “nomen” de la prueba y de la extensión del recorrido lo encontramos (como a las propias Olimpiadas) en la antigua Grecia.
Maratón es la ciudad desde la que arranca la leyenda, y nos ha llegado, al día de hoy, como expresión del más elevado espíritu de sacrificio.
Lo emocionante del espectáculo de los Juegos Olímpicos y su globalización es que nos hemos convertido todos en testigos del esfuerzo que resumen las tres palabras latinas: citius, altius, fortius (más rápido, más alto, más fuerte), lema de las Olimpiadas.
Ahora bien, si de admirar ese espíritu de sacrificio se trata, los Paralímpicos, que en este momento se celebran en París, cuentan con nutrida representación peruana que merecen un punto y aparte por su afán de superar los límites que la naturaleza o sus circunstancias les impusieron.
Acabo de ver una película, si se quiere mediocre, protagonizada por Naomi Watts. Versa sobre la superación de una surfista, Sam Bloom, que por culpa de un accidente quedó paralizada de la cintura para abajo. Cuando más hundida se sentía, y menos le interesaba la vida, encontró en el deporte la respuesta a sus vacilaciones. Enhorabuena a todos los paralímpicos por ser ejemplo de que los límites no son barreras; solo retos.
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