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Empatía en pandemia
Columna de Pancho de Piérola
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El año pasado se estrenó en todos los cines la película Joker, que más tarde le daría su primer Oscar a Joaquin Phoenix. La película fue alabada tanto por la crítica como por la audiencia. Recuerdo –ahora casi con anhelo– que cuando la vi en el cine, me pedí una canchita combinada, gigante y refileable, pero recuerdo también que la película a mí no me encantó. Me pareció muy violenta. Una apología del anarquismo y una excusa para levantar armas contra el sistema.
Este fin de semana la volví a ver desde la comodidad de mi casa en HBO GO, plataforma en streaming que debería tener más protagonismo. Esta vez con canchita de microondas, que no se compara ni de cerca con la de Cineplanet, y me llevé con la sorpresa de que sí me gustó. No era la primera vez que cambiaba de opinión con respecto a una película, pero este cambio me permitió hacer una reflexión sobre nuestros gustos e intereses en el tiempo.
La película dirigida por Todd Phillips muestra a un hombre deseoso por ser parte de la sociedad y una sociedad que lo mastica y lo escupe. Una y otra vez. Todo esto en Ciudad Gótica en tiempos antes de Batman, donde el caos y corrupción azotan como nunca. Mi vida no es ni remotamente parecida a la tragedia que es la vida del personaje Arthur Fleck, pero logré conectar más con él en esta segunda oportunidad.
Estos últimos cinco meses me han vuelto más crítico de mí mismo y más empático con los demás. ¿Es tal vez por eso que ahora aprecio más una película que critica el sistema? ¿O la vi sugestionado por la fama y éxito que obtuvo después de verla? Sea cual sea la razón, no puedo negar que soy una persona diferente de la que era el año pasado. Nadie lo es. Este factor externo común ha unificado nuestras necesidades y ha priorizado nuestros intereses. En medio de toda la desdicha encontramos la oportunidad de hallar un norte común. Me cuesta un poco hacer esta reflexión, pues no crea que el fin justifica los medios, pero las tragedias nacionales siempre han servido para unir a los pueblos.
Recuerdo que desde hace unos meses escuchaba a gente vaticinar que nada iba a ser igual y yo –incrédulo– negaba esta premonición, convencido de que no habría un efecto duradero e impactante en el tiempo. Ya no pienso igual. Creo que el mayor cambio no lo veremos afuera, sino en nosotros mismos, en cómo nos tratamos y en nuestra capacidad para ser empáticos con los demás.
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