Viktor Orbán. (AFP)
Viktor Orbán. (AFP)

Viktor Orbán, primer ministro (PM) de Hungría desde 2010, representa algunos de los cambios principales que ocurren en Europa, porque creó en su país el primer sistema autocrático electoral del Viejo Continente, que inspiró al partido de ultraderecha polaco Ley y Justicia a unirse a la “familia” de neodictaduras del mundo (Nicaragua, Venezuela, Turquía, Rusia, Bielorrusia, etc.). En 2014, el diario The Wall Street Journal resumió así el estilo de Orbán: “Ha cambiado la composición de tribunales y otras instituciones independientes nombrando a simpatizantes de su partido, Fidesz; ha politizado al Banco Central; nacionaliza las pensiones privadas y cierra medios de comunicación…”. (Polonia va en el mismo camino).

La nueva constitución húngara impulsada por Orbán en 2011 permite entender por qué este político se ha convertido en el abanderado de impedir la entrada de refugiados musulmanes a Europa, pues comienza con una frase lapidaria para el laicismo de ese continente: “En el nombre de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo, autor y supremo legislador de la sociedad...”, y más adelante estipula: “Estamos orgullosos de que nuestro rey San Esteban haya constituido firmemente el Estado húngaro y haya hecho que nuestro país forme parte desde hace mil años de la Europa cristiana”.

Hasta 2015, la mayoría de los gobiernos de la Unión Europea criticó a Orbán por alejarse de los principios laicos, democráticos y de tolerancia del bloque, pero ahora algunos lo mencionan como referente para justificar el control de fronteras y cambios de políticas humanitarias ante refugiados e inmigrantes.

Del orgullo nacional al patriotismo demagógico, la línea divisoria es muy tenue y Orbán está inspirando a un populismo
peligroso.

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