[OPINIÓN] Yesenia Álvarez: “Somos ciudadanos, no hijos del poder”. (Foto: Presidencia)
[OPINIÓN] Yesenia Álvarez: “Somos ciudadanos, no hijos del poder”. (Foto: Presidencia)

Esta semana la presidenta Dina Boluarte se llamó a sí misma “la mamá de todo el Perú”. Sea que se le ocurrió a ella o a un asesor que quiso pasar por avispado, refleja la mirada mediocre sobre los asuntos de gobierno, sobre cómo funciona una democracia, y sobre cómo debe ser la relación entre el poder político y los ciudadanos. Sea espontánea o planificada, la frase igual muestra una pobreza de espíritu democrático. Esta mirada supuestamente “maternal” de una gobernante supone varios problemas para nuestra democracia y para la resolución de los asuntos que día a día nos afectan. Por lo pronto, el asunto público (Chavimochic III) quedó más bien fuera del debate.

Para soltar una afirmación así, la desconexión del Gobierno con la realidad debe ser bien grande, tanto así que en una región azotada por el crimen la presidenta, además, osó considerar como “papá de La Libertad” a César Acuña, gobernador de la región. ¿Qué país estará leyendo Boluarte para no tomar en cuenta que quien no ha hecho nada por resolver el principal flagelo de su región pueda ser modelo de algo cercano a un padre? Seguro cree que ello puede darle algo de aprobación y popularidad. Sin embargo, el rechazo a que se autoproclame mamá de los peruanos era predecible, pues en un país desatendido en temas de seguridad, en su economía y en los servicios básicos resulta lógico que las redes se hayan inundado con mensajes como “nos declaramos huérfanos” o “más parece una madrastra”.

Esa perspectiva paternalista va en contra del crecimiento democrático, sea que el gobernante quiera imponer esa idea o sea que los ciudadanos caigan rendidos ante un líder mesiánico como ocurrió en los tiempos del expresidente Martín Vizcarra en que pese a su pésima gestión de la pandemia y los cuestionamientos a la integridad de su gobierno, la gente se rendía ante influencers que lo consideraban “el padre que cada peruano necesita”, lo enaltecían en columnas y le componían canciones. El rechazo a esa claudicación ciudadana ante gobernantes populistas debe darse sea quien sea el alucinado, sea Vizcarra, Castillo o Boluarte. Es curioso que solo en el último caso ha sido patente la renuencia a doblegarse ante el despropósito de convertir la relación gobernante-ciudadanos en una relación de madre/padre-hijos. Podríamos decir que vamos aprendiendo la lección de no glorificar a quienes detentan el poder, pero que ocurra con unos sí y con otros no, habla más del sesgo que de un fortalecimiento de la ciudadanía en general en ese aspecto.

No olvidemos que Boluarte fue elegida en la plancha de un proyecto político autoritario, de la mano con Pedro Castillo, así que la ausencia de su vocación democrática tendría sentido. Con sus diferencias por supuesto (definitivamente habría sido peor seguir a merced del expresidente Castillo), viene usando discursos similares como atribuir a la prensa la culpa de no “comunicar lo bien que está haciendo su gobierno”, y minimizar los cuestionamientos a su incompetencia, a las declaraciones de Villanueva, al caso de su hermano señalándolos como distracciones cuando son respuestas que los gobernantes le deben a los ciudadanos.

Por eso, esa visión de que es la mamá de todo el Perú no es un rasgo democrático porque en el fondo está infantilizando a los ciudadanos, despojándolos de la capacidad de tomar sus decisiones, de opinar y cuestionar su gobierno. Quiere que acepten sus medidas porque ella considera que están bien, incluso cuando ni siquiera resuelve los problemas que le corresponden. La presidenta tiene que bajarse de la alucinación del poder y ajustarse a los límites. Los ciudadanos no tenemos, ni debemos tener una relación filial con los gobernantes. No somos hijos del poder, somos ciudadanos y nuestro deber es cuestionar a los gobiernos.

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