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[OPINIÓN] Yesenia Álvarez: “La película ‘Vivo o muerto: El expediente García’ y la demanda de engaño”
“Distinguir la realidad de la ficción en un país polarizado con escasa confianza en los medios, con desinformadores y con una incomprendida demanda de engaño no es tarea fácil”.
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Se ha estrenado hace poco la película Vivo o muerto: el expediente García y necesariamente nos lleva a una discusión sobre las narrativas de especulación y de desinformación que no tienen sustento, pero que como historias resultan poderosamente atractivas, fáciles de contar y de entender y, por supuesto, se convierten en versiones que la gente prefiere y le gustaría creer.
Desde hace un tiempo institutos de estudio y organizaciones de la sociedad civil vienen preocupados por el fenómeno de la desinformación y cómo esta se pone al servicio del autoritarismo erosionando las democracias. Las investigaciones y la atención se han centrado en la oferta, en los desinformadores; sin embargo, hay algo que ocurre en este contexto y a lo que también deberíamos prestarle atención, y es la demanda de engaño, es decir el hecho de que las mismas personas buscan la desinformación. Para esto es bien ilustrador el informe “Demanda de engaño: de qué manera nuestra forma de pensar estimula la desinformación” del Foro Internacional de Estudios Democráticos de la NED (Woolley y Joseff, 2020).
Básicamente, nos alerta que hay una demanda activa y pasiva de desinformación. En la pasiva no hay un proceso de razonamiento consciente de las personas, mientras que en la activa hay acciones dirigidas por las personas para llegar a la desinformación, como, por ejemplo, el efecto manada que es la tendencia a adoptar ideas o conductas que se creen comunes a otros; o la exposición selectiva por la cual tienden a exponerse a información alineada con sus creencias previas y no interactúan con aquella que las cuestiona. También este reporte refiere que sociedades profundamente polarizadas y con escasa confianza en los medios parecen más susceptibles a esta demanda de engaño. El análisis pareciera escrito para el Perú.
Distinguir la realidad de la ficción en un país polarizado con escasa confianza en los medios, con desinformadores y con una incomprendida demanda de engaño no es tarea fácil. De allí que, incluso antes de la película, sea común en conversaciones del día a día la creencia en la tesis de que Alan García no murió ese día. La convicción con que te lo explican sin mayor evidencia es inquebrantable, no hay argumento que valga, ni diciéndoles que son muchas personas e instituciones involucradas. No hay forma, creer que está vivo les resulta más atractivo, y tal vez sea algo que quizás pudiera explicarse siendo un país que no confía en sus instituciones. El informe citado menciona también que la tendencia a seguir creyendo en la desinformación, a pesar de datos que la desmienten, se atribuye a un fenómeno psicológico llamado perseverancia de las creencias y que aunque pueda parecer ilógico se ha determinado que los pedidos de reflexión crítica generan una fuerte resistencia a la corrección cuando se les pide que expliquen la verosimilitud de la información falsa.
Finalmente, la demanda de engaño termina fomentando el consumo y la propagación de la desinformación. Es posible que la película haya seguido a la demanda de engaño que se respira sobre este tema en las calles. No lo sabemos. La película puede que juegue para el equipo de la desinformación, pero una película es siempre una oportunidad para reflexionar, dialogar, y cuestionar y lo que se debe tener claro es que se trata de ficción, y más aún cuando aborda temas políticos y sensibles se debe tener claro que no es un recuento histórico. La pregunta está en si esto es así de nítido, si los espectadores separarán la ficción de la realidad. No es lo mismo ver una ficción que toca un tema político y sensible informado que desinformado. Es obvio que no se le puede decir a las personas en qué creer, pero tal vez a partir de la película deberíamos prestarle más atención a la demanda de engaño para comprenderla mejor y así tener más herramientas para luchar contra los efectos perniciosos de la desinformación en nuestras democracias.
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