"Rescatar de la grandeza de nuestro pasado estas enseñanzas e imponerlas como regla de conducta fundamental en quienes nos gobiernan constituirá un peldaño esencial para hacer, nuevamente, grande nuestro futuro..." (Foto: GEC)
"Rescatar de la grandeza de nuestro pasado estas enseñanzas e imponerlas como regla de conducta fundamental en quienes nos gobiernan constituirá un peldaño esencial para hacer, nuevamente, grande nuestro futuro..." (Foto: GEC)

Ama sua (no seas ladrón), ama quella (no seas ocioso) y ama llulla (no seas mentiroso) son tres principios fundamentales de la ética andina que los incas establecieron a lo largo del imperio. Si los peruanos de hoy pudiésemos enforzar en nuestros gobernantes estos tres preceptos, otro sería el Perú de ahora.

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El nivel de corrupción, incompetencia y degradación moral de la clase gobernante en todos los niveles de gobierno (nacional, regional y local) es profundo y, salvo excepciones, extensivo a lo largo y ancho de nuestras 25 regiones. Rescatar de la grandeza de nuestro pasado estas enseñanzas e imponerlas como regla de conducta fundamental en quienes nos gobiernan constituirá un peldaño esencial para hacer, nuevamente, grande nuestro futuro.

Como nación, tenemos la obligación con nosotros mismos —y sobre todo con las generaciones venideras— de hacer realidad la promesa republicana, aquella que movilizó a nuestros próceres, quienes convencidos de que solo en libertad los pueblos logran la realización de sus anhelos individuales y colectivos, dieron su vida por nuestra independencia. Sin embargo, la historia de nuestra república ha sido en gran medida una de fracasos y frustraciones, pues a la desidia y corrupción de muchos de nuestros gobernantes, se sumó la lucha fratricida, la envidia, la traición y los intereses subalternos como parte de la agenda pública.

Ahora, tras tantos años de inestabilidad y estancamiento económico, debemos de volver a creer que un futuro diferente es posible y que este depende, únicamente, de nosotros mismos. Un país en el que sus ciudadanos —sin importar en qué zona geográfica nacieron ni el origen socioeconómico del cual provengan— puedan alcanzar el desarrollo económico, proveer para sus familias y alcanzar la realización personal (de la forma en que cada uno la conciba) debe ser el gran objetivo que nos movilice y en torno a lo cual se definan los roles de lo público y lo privado.

Sin crecimiento económico de al menos 5% por año, no hay futuro; sin inversión privada, no hay crecimiento económico; sin estabilidad política ni confianza, no habrá inversión privada; sin crecimiento, no habrá más ni mejor empleo; sin ciudadanos competitivos con salud y educación de calidad, estaremos condenados a ser ciudadanos de baja productividad; con paupérrima infraestructura, tampoco mejorará nuestra productividad; sin competencia, no mejorará la oferta de bienes y servicios; con privilegios y mercantilismo, no puede haber libre competencia; con millones de peruanos excluidos del mercado y de la formalidad, no puede funcionar el capitalismo popular y la economía de mercado; sin seguridad ciudadana ni imperio de la ley, los ciudadanos de bien no podrán realizar sus proyectos de vida.

Es sobre la base de estos preceptos que debemos estructurar una verdadera revolución capitalista y forjar una sociedad de propietarios, sin privilegiados ni excluidos. Creo, firmemente, que nada está perdido, aún brilla una luz al otro lado del río.

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