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[OPINIÓN] Pablo de la Flor: “Frenar la polarización”

“La deliberación democrática exige el respeto y reconocimiento de los otros como adversarios y no como enemigos a los que se debe enfrentar sin miramientos ni apego a las reglas de juego”.

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El país vive inmerso en un proceso de polarización sin precedentes en su historia reciente. El deterioro de nuestras instituciones y su capacidad para intermediar intereses, se ha transformado en el caldo de cultivo del que se nutren las visiones enfrentadas.
En ese proceso se imponen discursos excluyentes y descalificadores. Prevalece la consigna reduccionista sobre la búsqueda de convergencias en función a intereses compartidos. Aquello que nos separa prevalece sobre lo que nos une.
Enfrentados irreconciliablemente, los extremos buscan legitimar su narrativa a partir de su propia versión de los ‘hechos’, que de este modo se relativizan, como si la realidad no fuera una y admitiera datos alternativos.
Por ejemplo, a pesar de que la evidencia muestre lo contrario, la experiencia de crecimiento del país es proyectada por la izquierda como inequitativa y excluyente. En ese cometido, la negativa a reconocer las bondades de un esquema de desarrollo que privilegió la inversión privada, resulta fundamental para su prédica antisistema y sus propuestas de refundación constitucional.
Desde la derecha, la preocupación por la extensión de derechos a comunidades previamente excluidas en función de sus orientaciones, y el rechazo a la injerencia del Estado en ámbitos considerados potestativos de la vida familiar, como la educación sexual, se han convertido en las principales líneas rojas y ejes a partir de los cuales se articula una cruzada de transformación cultural.
Interesantemente, las preferencias de los peruanos se ubican en el centro, aunque algo más tiradas a la derecha, con los extremos albergando una minoría ciudadana. A pesar de ello, sin embargo, son estos polos los que ejercen su hegemonía en el debate público. El centro político, que debiera ser dominante, aparece así huérfano de voceros y partidos que articulen sus mensajes con la contundencia y vehemencia requerida.
No menos importante, de lado y lado se invalidan y tachan vocerías, descalificando a quienes esgrimen posturas diferentes, en un espiral de intolerancia que imposibilita el diálogo y promueve el enfrentamiento extremo. El uso extendido de los medios digitales y las cámaras de eco que estos promueven, no hacen, sino impulsar la polarización e imponer un estilo retórico destructivo que ha cruzado fronteras para instalarse también en el mundo político.
Si queremos construir una democracia funcional y representativa, capaz de canalizar y responder eficazmente a las demandas ciudadanas, resulta fundamental atajar la espiral de polarización y evitar que la misma siga avanzando con su prédica de intolerancia.
La deliberación democrática exige el respeto y reconocimiento de los otros como adversarios y no como enemigos a los que se debe enfrentar sin miramientos ni apego a las reglas de juego.
Para ese fin, debemos seguir apostando por la generación de confianza entre los distintos actores políticos, impulsando la creación de espacios de encuentro y diálogo, donde sea posible intercambiar opiniones e ideas, buscando coincidencias sin renunciar a nuestras diferencias. De lo contrario, los extremos ganarán la partida en desmedro de nuestra convivencia democrática.
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