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(OPINIÓN) Joaquín Rey: “No debería ser tan difícil”
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“¿Cuántos banqueros centrales se necesitan para cambiar un foco? Pues nada más que uno. Solo debe sostener el foco y el mundo dará vueltas a su alrededor”. Esta broma se la escuché a un profesor de Macroeconomía. Aunque no es extraordinariamente graciosa, ilustra bien la enorme importancia de un banquero central.
Hay muchas materias económicas sobre las que existen debates con argumentos válidos de uno u otro lado, como el tamaño adecuado del Estado, el nivel de deuda pública, la carga tributaria, o los niveles de regulación deseables. Pero hay una materia sobre la que existe un amplio consenso entre economistas: la necesidad de un banco central independiente y profesional. Esto es aún más relevante en un caso como el peruano, dada su dramática historia de hiperinflación, un fantasma cuyo recuerdo hasta hoy nos acompaña.
Pero, ¿cuál es la razón de fondo de la importancia de un banco central independiente y profesional? Es simple: todo nuestro sistema monetario se basa en la confianza que genera la autoridad a cargo. Si hacemos un poco de historia, cuando empezaron a usarse monedas como medio de cambio, su valor estaba definido por sus características intrínsecas (su peso en plata u oro). Pero ya desde mediados del siglo XX prácticamente todo el mundo pasó a usar el llamado dinero “fiduciario”, es decir, dinero cuyo valor reposa en la certeza de que valdrá lo mismo mañana, sin que sea necesaria una cantidad de metal que lo respalde. Esto inevitablemente pasa por confiar en que el directorio del Banco Central hará un manejo prudente de las herramientas que tiene a su alcance.
Cuando esa confianza se rompe, es que la amenaza inflacionaria se desata. Pues, si todos creemos que nuestro dinero valdrá menos mañana, correremos a comprar bienes hoy, lo que efectivamente elevará los precios y así estaremos ante una profecía autocumplida. Lo mismo sucede con el tipo de cambio, que no es otra cosa que un precio más.
Una situación así debe ser evitada a toda costa. La inflación descontrolada es lo peor que le puede pasar a una economía. Nos expone al extremo de no saber cuánto valdrá nuestro salario mañana, o cuánto costará la canasta básica la próxima semana, o si seremos capaces de pagar nuestra deuda en dólares el próximo mes. Absolutamente todos perdemos ante una situación así, pero quienes más pierden son los más pobres, pues tienen menos mecanismos de protección –como la posesión de activos fijos o la posibilidad de colocar sus ahorros en el exterior–.
Esta realidad parece importarle poco al presidente Castillo, quien el martes canceló incomprensiblemente un encuentro con Julio Velarde –para reemplazarlo por una reunión con Virgilio Acuña, vocero oficioso de Antauro Humala–. Aunque el encuentro finalmente se concretó el viernes, el presidente sigue evitando dar mensajes contundentes sobre el futuro de esta institución, y permite que sus allegados –como Cerrón y Bellido– sigan sembrando dudas sobre la continuidad de Velarde en el BCR.
Castillo debería comprender que ninguna de las reivindicaciones sociales que aspira a conseguir será posible sin la base de una moneda estable, y en esta columna opinamos que la continuidad de Velarde contribuiría de manera decisiva a este fin. Más aun si un eventual relevo fuera seleccionado con los mismos paupérrimos estándares que este gobierno ha mostrado al definir puestos claves en el Ejecutivo.
Señor presidente, esta decisión no debería ser tan difícil.
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