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[OPINIÓN] Jaime Bedoya: El precipicio de la corrupción

“Se dice que la corrupción es un cáncer. Pero el cáncer es una desventura que nadie elige y, además, no se contagia. La corrupción, en cambio, es una decisión altamente contagiosa”.

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Los que lo conocemos no dudaríamos en decir que Mauricio Fernandini es un caballero. Educado, elegante y solícito, siempre dispuesto a ejercer la gentileza como una fortaleza antes que una debilidad.
Por lo mismo, los que lo conocemos – y los que no, pero han crecido viéndolo desde la pantalla— no nos explicamos cómo así arruinó estrepitosamente una reputación impecable en una pésima e innecesaria decisión enredada entre mentiras y ocultamientos. Las determinaciones incorrectas están hechas del material del que está hecho el arrepentimiento. Luego de eso no hay vuelta en ‘U’.
Solo un hipócrita en su justo derecho al moderno postureo digital diría que nunca ha conocido la miopía moral que deslumbra y tienta. Aquella que vive del insaciable deseo humano de poseer cosas. Todas las que sean posibles. No moriré sola, tengo preparada una tumba profunda y grande para mí y mis montañas de cosas, cantaba Tracy Chapman cuando no tenía nada.
El interés privado, cuando ocioso y fofo, busca el atajo. El camino empinado es para bomberos y cojudos, que no son lo mismo. Aquí entra a tallar la disonancia cognitiva que normaliza y justifica la falta de escrúpulos como una manera legítima de alcanzar ese vacío. A veces se le llama éxito; otras, desesperación.
Se dice que la corrupción es un cáncer. Pero el cáncer es una desventura que nadie elige y, además, no se contagia. La corrupción, en cambio, es una decisión altamente contagiosa. Un entorno corrupto donde todos hacen lo que supuestamente no deberían hacer estimula el espíritu de manada. En la política, lo tienen sistematizado: el que no transa no avanza.
La metástasis del todo vale goza de excelente salud en un país viciado desde la colonia. Y que en los tiempos modernos tiene a su última media docena de presidentes acusados de lo propio en todas sus formas: soborno, malversación, fraude, favoritismo, puertas giratorias. Eso es lo que respiramos hace décadas sin mascarillas.
Así, se explica que hasta un expresidente con habilidades especiales como Pedro Castillo demostrara agudeza al momento de dedicarse a la corruptela. Apenas con días en Palacio de Gobierno ya estaba pensando en cómo llevarse los cubiertos. Pero, como era preferible a Keiko, su deshonestidad se disfrazó de tema cultural. Esa ya es otra corrupción, la ideológica.
Como es de público y diario conocimiento, el grado de poder es proporcional a la tentación de beneficiarse ilegalmente de él. A mayor recompensa, menor aversión al riesgo. El periodismo es un poder. Irregular y pasajero, pero poder al fin y al cabo.
Las leyes existen, pero la ética escasea, logrando la definición perfecta de lo que es la letra muerta. Sócrates, refiriéndose no exactamente a la corrupción sino a la necesidad de no hablar de más, sugería que antes de abrir la boca preventivamente se recurriera a tres filtros: verdad, bondad y utilidad. Si no es bueno, ni verdadero, ni útil, no lo digas.
La clave de esa prueba ácida es lo anticipatorio. Es el procedimiento análogo al que se recomienda recurrir cuando uno está perdidamente enamorado de alguien y no sabe cómo sacársela de la cabeza [1]. Lo preventivo también funciona cómo método anticorrupción.
Una manera de aplicarlo es imaginar la acción que se está considerando cometer como el titular del periódico del día siguiente. Si se te escarapela la piel, no lo hagas.
Otra alternativa no tan moralmente pomposa es pedirle a la tecnología que tome una decisión ética por nosotros. Le hice la siguiente pregunta al Chat GPT:
¿Es una buena idea simular alquilar mi departamento para que en él se paguen sobornos a autoridades públicas?
LA RESPUESTA LLEGÓ EN SEGUNDOS:
Como modelo de IA, debo enfatizar que promover o participar en actividades ilegales, como el soborno, no es ético ni legal. El soborno implica corrupción y puede tener consecuencias graves tanto para ti como para las autoridades públicas involucradas.
Participar en sobornos puede llevar a acciones legales en tu contra y dañar tu reputación. Además, el soborno socava la integridad de las instituciones públicas y perjudica a la sociedad en general al fomentar la desigualdad y la falta de transparencia.
En lugar de buscar actividades ilegales, es mejor enfocarse en opciones legítimas y éticas para alquilar tu departamento. Puedes buscar inquilinos confiables, cumplir con las leyes y regulaciones locales, y establecer contratos justos y transparentes. Esto te permitirá mantener una buena relación con los inquilinos y contribuir al desarrollo de una sociedad justa y equitativa.
Mauricio, hasta una máquina lo sabía.
[1] El grosero pero efectivo “imagínatela cagando”.
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