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(OPINIÓN) Hugo Palma: Las ignorancias -Sociedad nada anónima

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Fecha Actualización
Nadie ignora que la preparación, experiencia, transparencia, visión y hasta sentido común hicieron clamorosa falta en las elecciones de 2021. La semana ha mostrado, nuevamente, que en nuestro país todo es posible. Si ya nada debería sorprendernos, la brutal realidad nos abruma.
Nadie debería alegrarse del patético desnudamiento en público de quien, constitucionalmente, “personifica a la nación”. Pero ha ocurrido, y sobran explicaciones pues no puede ser más claro. ¿Qué podría hacerse?
Conviene asomarse al tema de la ignorancia. Y lo básico está ahí para quien tenga interés. Primero, hay clases de ignorancia. Luego, reconocer que nadie está libre de ella en muchos temas o distinta medida. El “sabelotodo” es ignorante, arrogante y antipático. No ser ignorante exige humildad, ejemplificada por Sócrates diciendo “solamente sé que no sé nada”; sabiendo mucho y enseñando con preguntas.
Las ignorancias pueden ser estas: “sabia”, quien sabe que no sabe; “necia”, no sabe pero cree saber; “crasa”, grave e imputable a quien puede y debe saber; “supina y voluntaria”, ni sabe ni quiere saber para hacer lo que le parezca; “involuntaria”, obvio; “terca”, racionalmente decide ignorar por ideología u otras sinrazones; y más.
Volviendo a casa, “el gobierno del pueblo”, o sea, su jefe, debe entender que su supervivencia depende de cambiar a todos a quienes ha nombrado: ministros, funcionarios, asesores, prefectos, etc.; y cambiar también, radicalmente, el comportamiento de sus congresistas. No hacerlo significa que no puede entender o, peor aún, que sabe lo que hace pero está decidido a seguir haciéndolo. Y no se alegren demasiado los del frente, porque, con excepciones, no son ajenos ni a las ignorancias ni al comportamiento del Ejecutivo, y son hasta socios “a tiempo parcial”. Son inmensas sus responsabilidades y su incumplimiento imperdonable. La víctima es el pueblo peruano: 33 millones.
Y eso explicaría el propósito de la “sociedad nada anónima”, de desbaratar los incipientes avances en temas vitales, como la educación y el tránsito. La primera es indispensable para, precisamente, combatir el flagelo de las ignorancias que impedirán a las actuales y nuevas generaciones peruanas adquirir la preparación básica para sobrevivir en un mundo impredecible y su despiadada competencia. Y el tránsito no es solamente orden y seguridad, sino también cultura. No hay razón para que calles y pistas sean una jungla, gobernada por delincuentes y conductores y peatones antisociales, con ganancia de algunos y grave perjuicio de millones.
Los miembros de la sociedad más visible del país deben desmentir con decisiones, no promesas que ya nadie en su sano juicio puede creer, que tienen propósitos ocultos. Como pretendieron el poder político “para servir al pueblo”, empiecen por examinar las clases de ignorancia que los impulsa a maltratarlo tanto; y ponerles remedio.
¿O es que destrozar algo cada día en el país es exactamente lo que querían hacer por mandato de sus ideologías y sus egos? Piénsenlo bien, pues en este caso ya no están en el ámbito político sino en el de Fiscalía y la Justicia.
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