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(Opinión) Felipe Morris: La falacia del pastel
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El domingo fue aniversario del nacimiento de Milton Friedman, quien fue el economista más reconocido mundialmente como defensor de la economía de libre mercado. Una de sus citas más importantes fue la siguiente: “Muchas falacias económicas se derivan de la tendencia a asumir que el tamaño del pastel es fijo, que una parte solo puede ganar a expensas de la otra”. Esto último es lo que se conoce como la falacia del pastel: asumir que este es fijo y, por lo tanto, que no es posible hacerlo crecer para beneficiar a todos.
Los izquierdistas creen fervientemente en esta falacia y la utilizan para convencer a sus adeptos y a muchos incautos de que el problema es la distribución de la riqueza y del ingreso, planteando una lucha de clases. Llevan al extremo este argumento falaz, dirigiendo el odio hacia los empresarios a los que critican por quedarse con una parte muy grande del pastel, dejando muy poco para el resto. Hacen creer que el tamaño del pastel a repartir es fijo, cuando este puede crecer, a través de la inversión y el crecimiento económico. Esto implica que la riqueza, los ingresos y los empleos no son fijos; por el contrario, pueden aumentar si se implementan las políticas económicas correctas. Los socialistas omiten mencionar que los empresarios son los que dirigen y financian “la tarea de horneo” y, si se les permite hornear un pastel más grande, esto implica que una parte cada vez mayor de este se reparte al resto de la sociedad en la forma de empleos, ingresos, mejores productos e impuestos.
La falacia del pastel tiene también un efecto muy negativo en las negociaciones si las partes tienen el sesgo de que el tamaño del pastel es fijo y asumen que lo que uno gana lo pierde el otro. La negociación se vuelve más dura y se dejan de lado alternativas que resultarían en un gana-gana para ambas partes, obviando otros acuerdos posibles que habrían beneficiado a todos.
Es evidente que Friedman tenía razón y esta falacia es real, ya que el tamaño del pastel no es fijo. Este debate lleva cientos de años desde que Adam Smith en 1776 expresó claramente la importancia de hacer crecer el pastel o la riqueza de las naciones por medio de la conjunción del capital, el trabajo y la productividad. Mientras antes nos demos cuenta en el país de que lo que conviene es hacer crecer el pastel, mejorando la calidad del gobierno y nuestras políticas públicas, mejor. A mayor pastel, pedazos más grandes para todos, lo que implica más bienestar y menos pobreza. Cualquier otro camino es subóptimo, como lo hemos experimentado muchas veces en el pasado. No debemos olvidarlo.
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