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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Pongamos que hablo de Madrid”
“Nosotros tuvimos 60 veces más muertos por terrorismo que España. Pero, a pesar de esa magnitud, la sociedad peruana no se movilizó sino al final del conflicto”.
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Diez explosiones sincronizadas en cuatro trenes a las 7:36 a.m. del 11 de marzo de 2004 en Madrid (11 M). Era hora punta, 192 fallecidos y 2,000 heridos. Fue el peor ataque terrorista contra España. Pero las víctimas pasaron a segundo plano, fueron utilizadas para ganar votos en unas elecciones a tres días. Al principio se creyó que fue ETA, el grupo terrorista vasco. Previsible, por sus antecedentes y por los explosivos utilizados. Luego tomó fuerza la hipótesis de que era Al Qaeda. ¿Fue ETA o Al Qaeda? ETA lo negó desde el primer momento y las pruebas condenaron finalmente a Al Qaeda. ¿Hubo alguna conexión entre ETA y Al Qaeda? No hubo pruebas, pero sí hubo una conexión española que suministró explosivos. ¿Fue una venganza de Al Qaeda contra España por haber participado en la invasión a Iraq (2003)? No, el atentado fue programado años antes de la invasión (2001) por una célula española de Al Qaeda en represalia por la prisión de algunos de sus integrantes (1995). Para el PP de derecha, atizar el terrorismo de ETA le venía bien y eso hizo. En cambio, para el PSOE de izquierda, sostener que el ataque era por lo de Iraq le vino mejor, ganó las elecciones. Durante 20 años, en cada aniversario, se siguió con la cantaleta de que fue el otro quien manipuló la verdad y se aprovechó del dolor. La política se olvidó de las víctimas.
Pero la sociedad sí respondió. Cientos dieron primeros auxilios, los taxis fueron ambulancias, se aportó mucha sangre para las cirugías y millones llenaron plazas para gritar: con las víctimas, con la Constitución, contra el terrorismo. La política española debió estar allí unida. Hasta entonces había logrado mucho. Muerto Franco y su dictadura (1975), uno de sus herederos (Adolfo Suárez) legalizó a los partidos proscritos de izquierda (PSOE y Partido Comunista), promovió un consenso político para facilitar la transición a la democracia (los Pactos de la Moncloa, 1977) y propició una nueva Constitución aprobada por todos (1978). Lo sucede un gobierno socialista (PSOE, Felipe González) que logra lo no imaginable viniendo de izquierda: cierra empresas ineficientes e incorpora a España a la Comunidad Europea y a la OTAN. Luego sigue un gobierno liberal (PP, José María Aznar) que moderniza la economía, reduce pobreza, incrementa puestos de trabajo y coloca a España en el tope del escenario mundial. Todo eso se desmorona en el 11 M, porque a partir de ese día la política empieza a ahogarse en mezquindades cotidianas. Hasta ahora, en que derechas e izquierdas se siguen acusando recíprocamente de corrupción; peor aún, el gobierno (PSOE, Pedro Sánchez) ofrece una amnistía a los independentistas catalanes por los delitos de corrupción, sedición, algo de terrorismo y algo de traición a la patria a cambio de sus votos para mantenerse en el poder.
Nosotros tuvimos 60 veces más muertos por terrorismo que España. Pero, a pesar de esa magnitud, la sociedad peruana no se movilizó sino al final del conflicto. Durante mucho tiempo fuimos indiferentes frente a las masacres contra campesinos, vinieran de Sendero o del Ejército. Ese olvido es una deuda pendiente que nuestra sociedad debe al Perú rural. Luego el conflicto llegó a la ciudad, se le venció y debería haber servido para unirnos, para reaccionar con un consenso sobre grandes metas nacionales. Pero ya lo ve: la política se sumergió en el insulto simplificado: si eres de derecha, eres del Grupo Colina, eres fascista; si eres de izquierda, eres de Sendero, eres terruco. No importaron las víctimas, sino ampliar el recuerdo de los verdugos. Luego se utilizó a la justicia para perseguir a los líderes del partido contrario. Descuidamos la política y el Estado ha sido capturado por grupos con intereses muy particulares, algunos de ellos criminales. La miseria de la política logró lo que no pudo el terrorismo: destruir democracia y economía y, de paso, la salud y la educación. Visto así, aunque la política esté llena de estiércol, estamos obligados a rescatarla. Ya lo sufre, es una nueva guerra.
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