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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “Esa sensación de haberlo vivido”
“Cada uno puede ayudar dejando de aplaudir tanta chicha política, para empezar a exigir responsabilidad y transparencia”.
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El 26 de diciembre de 1980, Lima amaneció con siete perros asesinados, colgados de farolas en distintos puntos de la ciudad con un cartel que decía Teng Siao Ping (Deng Xiaoping), entonces líder de China. Hacía poco había fallecido Mao Tse Tung (Mao Zedong), fundador de la China comunista que, entre otras perlas, había matado a más de 50 millones de personas en la hambruna que produjo por sus absurdas reformas. Quiso desarrollar la siderurgia y obligó a los campesinos a convertir sus cocinas en improvisados hornos para fundir sus herramientas, pero terminaron produciendo acero inútil por su pésima calidad, a costa de abandonar los campos. Quiso arreglar la agricultura y ordenó enderezar el cauce de los ríos para eliminar meandros y ganar más tierra, pero los ríos regresaron a sus cauces y se perdieron millones de hectáreas sembradas. Colectivizó el agro, pero no hubo incentivos para quien trabajase más y bajó la productividad. La propaganda maquilló cifras haciendo creer que había un boom, pero fue peor porque, en lugar de racionar, se envió a las ciudades más alimentos y se dejó sin provisiones al campo y allí fue donde murió más gente. Para ocultar desgracias, impuso una revolución cultural. Se convirtió en Dios, pero sus milagros fueron la humillación pública y el hostigamiento a los disidentes, la confiscación de sus patrimonios, las prisiones arbitrarias y las ejecuciones sumarias. Murieron otros 20 millones. Mao murió en la gloria del poder, sin pagar culpas como otros. Luego Deng asumió el poder y, con la idea de que lo importante no es el color del gato, sino que cace ratones, emprendió reformas capitalistas para lograr lo que Mao no pudo: convertir a China en potencia mundial.
El Perú de 1980 debía haber sido una fiesta. Se recuperaba la democracia luego de la dictadura militar y, con el voto a los analfabetos, por primera vez votaríamos todos los peruanos. Ese fue el año que Sendero eligió para iniciar la guerra. En mayo, en el pueblo de Chuschi, en la víspera electoral, destruyó ánforas y cédulas como desprecio a la democracia. En diciembre, en la joroba navideña, colgó los perros, una alegoría de matar a Deng y resucitar a Mao, como quien reivindica la dictadura, en la que la vida vale bien poco. Tardamos mucho en entender los mensajes y, en doce años de guerra, nos costó 60 mil muertos. Sendero fue enemigo de todos, pero mató a más de izquierdas que de derechas, a más pobres que a ricos y a más campesinos que a políticos y empresarios. Sin embargo, como victoria póstuma, sembró división entre peruanos. La secuela perversa es que nos hemos encargado de hacerla más profunda.
Nuevamente, distraídos en abismos incluso para lo obvio, no estamos entendiendo los mensajes que nos llegan. El asesinato de nueve trabajadores de la minera Poderosa ha tocado alarmas. Pero hace rato que se mata gente. En los últimos diez años se ha asesinado a unos 32 apus, líderes de pueblos originarios en la selva por oponerse a la tala ilegal y al narcotráfico (Aidesep). Lo de minería ilegal no es un delito aislado; hay metástasis, tienen negocios en todo el país y la economía en muchas regiones depende casi exclusivamente de ella (José de Echave). Es un nuevo Sendero que quiere que el país sea adicto al crimen. Para ganar esta nueva guerra hay que retomar el crecimiento económico, porque, mientras no haya empleos formales de calidad, la única salida de miles de peruanos seguirá siendo trabajar para el crimen. Las cifras: en los últimos diez años la exportación de oro ha sido tres veces la producción fiscalizada (Minem), las ganancias superan los 8 mil millones de dólares por año (UIF), sin pagar tributos. Ese es el dinero que financia sabotajes y corrupción, porque no quieren Estado que los controle. Sobran leyes para formalizar lo informal y para reprimir delitos. Seguro hay coraje y potencia de fuego. Pero falta autoridad moral y legitimidad política. Cada uno puede ayudar dejando de aplaudir tanta chicha política, para empezar a exigir responsabilidad y transparencia.
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