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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “El olvido que no debiéramos ser”
“Los tiempos violentos han vuelto, aunque en estos días haya calma. Por eso es urgente recuperar memoria de lo que pasó”.
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El fin del comienzo de Cien años de soledad dice así: “…el mundo era tan reciente, que las cosas no tenían nombre y para hablar de ellas había que señalarlas con el dedo”. Desde esa prehistoria, pusimos nombres a las personas, a las cosas, a los sentimientos, a lo que vemos y a lo que no, para que pudieran existir, porque una manera de matar es no poner nombre o ignorarlo. Como en la antigüedad, cuando al criminal se le expulsaba del pueblo, nadie le podía dar ayuda y de él nadie debía hablar. Era un muerto en vida. Ostracismo lo llamaron los griegos; ushanan jampi, los quechuas; y destierro, nosotros.
En nuestra política, el Apra fue la gran desterrada. Venía con mala fama por la masacre de militares durante la Revolución de Trujillo (1932) y por el asesinato del presidente Sánchez Cerro (1933), cuando le echan la culpa del asesinato de Antonio Miró Quesada, director de El Comercio (1935). A partir de entonces ese diario ignoró al Apra, como quien la da por muerta. Pero no fue así: el Apra siguió controlando sindicatos; formó parte del gobierno de Luis Bustamante (1945); fracasó en otra revolución (1948); renació con el gobierno de Manuel Prado (1956); un primer golpe de estado le impidió ser gobierno (1962); luego controló el Congreso durante el primer gobierno de Belaunde (1963 – 1968); un segundo golpe de estado le vuelve a impedir ser gobierno (1968); después controló la Asamblea Constituyente (1979). Ignorarla no fue eficaz, seguía viva y con buena salud.
Yuyanapaq significa recordar en quechua. Es el nombre del relato en fotografías de los años de violencia por terrorismo. De ese tiempo también es el Informe de la Comisión de la Verdad (2003). Recoge 16 mil testimonios, investigaciones, reflexiones y conclusiones, en 4,500 páginas. La cifra final: 69 mil muertos, Sendero es responsable de los dos tercios y las Fuerzas Armadas del otro. Dos conclusiones muy dolorosas: (a) hubo impunidad, se mató sin mayor castigo; y (b) la población rural andina y amazónica fue las más perjudicada, por el número de víctimas y por haber sido ignorada. Una muestra: del caso Uchuraccay se recuerda que la comunidad asesinó a 8 periodistas creyendo que eran senderistas. Pero no se recuerda que esa comunidad lideró la primera rebelión multicomunal contra Sendero; que, en represalia, Sendero asesinó a 135 comuneros; que el resto, por temor, abandonó el pueblo, para regresar recién diez años después. La comunidad no fue socorrida, en cambio se le juzgó por la muerte de los periodistas. Unas muertes fueron más valiosas que otras.
Los tiempos violentos han vuelto, aunque en estos días haya calma. Por eso es urgente recuperar memoria de lo que pasó. En el Informe de la Comisión de la Verdad hay párrafos contra las Fuerzas Armadas que se sacrificaron por nosotros y que parecen injustos. Pero la mirada global es correcta y pinta cómo fuimos: ignoramos a la población más vulnerable del país y sus muertos importaron menos. Cuarenta años después, otra generación de esa misma gente ha salido a protestar porque el Estado los ha seguido ignorando. Un nuevo Sendero les organiza la violencia y una economía criminal los financia. El error es tratarlos por igual, porque no son Sendero, … todavía. Hay que evitar que Sendero los empadrone. Hay que atender sus reclamos con la urgencia que tiene para ellos, hay que ganarlos para la democracia que queremos. Hay que recordar que fueron nuestra primera trinchera, que combatieron a Sendero antes que nosotros. Hay que darles el lugar que les corresponde. Si se viene un nuevo conflicto, que nos agarre aliados, con más inteligencia, mejor armados de alma y de corazón.
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