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[OPINIÓN] César Luna Victoria: “¡Ay, Carmela!”
“En vez de dictadura tenemos una democracia de fachada: por dentro, el servicio público es la excusa para robar al Estado; y, por fuera, el Estado no funciona y arrasa con derechos y libertades”.
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Dijo que no era celosa y Carmen Romero fue portada en los periódicos. Era vísperas de las primeras elecciones en una España que transitaba de la dictadura de Franco a la democracia. Felipe González era el candidato del PSOE (Partido Socialista Obrero Español). Su contendor, Adolfo Suárez, le fue creando fama de mujeriego, apostando al rechazo de una sociedad que seguía siendo muy católica. No costaría mucho, porque González tenía pinta de galán de cine. Sin embargo, eso de ser apuesto y enamorador sería un activo valioso en esa España que, entre otras cosas, empezaba a liberarse de prejuicios sexuales. González no necesitaría teloneros para calentar sus mítines. Las compañeras socialistas, autorizadas porque la esposa Carmen no era celosa, solían recibirlo con una barra bullanguera: “Felipe, capullo, quiero un hijo tuyo”. Suárez ganó las elecciones de 1977, pero González ganaría las siguientes y sería presidente desde 1982, por 14 años seguidos.
No obstante, en 1977 los españoles se seguían matando. La Semana Negra empezó el 23 de enero, con asesinatos a derecha e izquierda. En la noche del 25, la ultraderecha mató a tres abogados de los sindicatos (fue la Matanza de Atocha) y la ultraizquierda a tres policías (fue la Matanza de los Guardias Civiles). Suárez, que antes de las elecciones era encargado del gobierno, empezó a construir pactos contra tanta violencia. Con Santiago Carrillo, líder del PCE (Partido Comunista Español), convino en que no hubiese desmanes en el entierro por la Matanza de Atocha. Así fue, hubo un silencio que estremeció, solo se escuchaban los claveles al caer sobre los ataúdes. En el entierro por la Matanza de los Guardias Civiles se empezó a corear “Franco, Franco, Franco”. El general que presidía la liturgia ordenó callar y un toque de silencio devolvería la calma.
Un mes después, el PSOE y el PCE eran legalizados y participaban en las elecciones, luego de jurar lealtad a la monarquía constitucional y a la unidad de España. Pero, para que las cosas sean difíciles, España se hundía económicamente por fuga de capitales, desempleo e inflación. Suárez, ya presidente, convocó a González, a Carrillo y a otros líderes para lo que serían los Pactos de la Moncloa, políticas de Estado para buen gobierno: se restablecían libertades de expresión y de reunión; compromisos para generar empleo y regular despidos; y, política monetaria para reducir inflación. Pudo haberlas impuesto directamente desde el gobierno, pero prefirió convencer y comprometer. De esos pactos se diría que la izquierda aprendió de economía y la derecha de derechos civiles y que, en ese aprendizaje, la izquierda dejó de ser marxista para ser socialdemócrata y la derecha dejó de ser fascista para ser liberal. Fue la base de la constitución que se promulgaría un año después.
Nosotros tenemos turbulencias parecidas. En vez de dictadura tenemos una democracia de fachada: por dentro, el servicio público es la excusa para robar al Estado; y, por fuera, el Estado no funciona y arrasa con derechos y libertades. En vez de guerra civil tuvimos terrorismo, que igual nos enfrentó, el duelo no termina y los odios no acaban. Agregue los muertos por pandemia, que no se deben olvidar. En economía la moneda es fuerte porque algo estamos haciendo bien, pero estamos fatal en todo lo demás. La pobreza, por ejemplo, ha crecido y para reducirla al nivel prepandemia necesitaremos 22 años; pueden ser mucho menos, pero tendríamos que crecer como nunca y, para eso, necesitamos tener mayor inversión privada. Siendo un país minero y agrario, tendríamos que ponernos de acuerdo en medioambiente, usos de agua y derechos comunales. Para salir del embrollo sobran ideas y programas, pero hacen falta líderes capaces de gestos simbólicos que alivien tensiones, dispuestos a entender a los otros, capaces de aprender, sabios en la renuncia de corto plazo y lúcidos para sembrar futuro. España, en sus horas más difíciles, pudo pactar. Nosotros también estamos en esas horas difíciles y tendremos que aprender a pactar.
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