Muchos piensan que la economía es un acto de fe. No lo es. La economía es una ciencia basada en evidencia empírica. No se trata de creer o no creer; se trata de ver qué se puede hacer, priorizar y al hacerlo tomar en cuenta el contexto dentro del cual se espera funcione la medida. Luego, medir el impacto de la misma sobre la población objetivo que se buscaba beneficiar. Por ejemplo, no hay ninguna duda de que el bienestar es esquivo para la mayoría de ciudadanos; use usted, estimado lector, el indicador que desee y lo comprobará, pues es una realidad empírica.

A partir de ahí existen teorías para mejorar la calidad de vida; en el papel distintas de ellas funcionan; pero pueden fallar debido al entorno dentro del cual se aplican; me explico: la economía no funciona en un vacío, sino en una realidad concreta en la que interactúa con otras dimensiones; algunas de ellas son la política, la cultural, la institucional y un largo etcétera. Por ejemplo, ¿alguien puede dudar que los eventos políticos influyen sobre el desempeño económico? Vamos ahora a los mensajes presidenciales.

Me parece que los tradicionales discursos de 28 de julio deberían dividirse en dos partes: una primera, en la que se haga un recuento de las promesas realizadas un año antes y ver qué pasó con ellas en el entendido que los malos (o a veces buenos) resultados no siempre se deben a mala o buena fe del gobierno de turno. Pueden existir situaciones externas (conflicto Rusia contra Ucrania, fenómeno El Niño, alza de los precios de los metales, etc.) que condicionen el resultado.

En el mismo sentido, no confundir la entrega de un producto o servicio con el impacto, que es lo que realmente importa. Veamos un ejemplo. Entregar un número de colegios es un producto; el impacto se medirá por la mejora en la calidad educativa de los estudiantes. Como por lo general, los impactos se ven más allá de un año, sería aconsejable decir la verdad y explicarlo. Una segunda parte podría estar dedicada a las promesas para los siguientes 365 días; estas deben ser realistas, medibles y susceptibles de ser monitoreadas.

No debería ser necesaria una larga lista de números que difícilmente se pueden seguir y que provocan aplausos de algunos y críticas de otros. Eso no solo aburre, sino que aleja al ciudadano común de sus autoridades. Nadie entiende lo que se está diciendo, a veces ni siquiera quien lo lee. Entonces se convierte en un monólogo sin ninguna utilidad.

Otra sugerencia es eliminar el floro y las expresiones vacías, por muy poéticas que suenen. Seamos concretos. Se hará esto, costará tanto, los resultados los veremos en equis meses y los impactos en ye años; se encargará de implementarlo tal unidad cuyo encargado ahora es tal persona (con nombre y apellido).

Me parece que podría ser una manera de acercar la política a todos. Podemos criticar muchas cosas del discurso del 28, pero mi intención es ir más allá. No tiene sentido un monólogo en el que unos aplauden sin entender y a veces ni siquiera escuchar y otros critican porque no se dijo o hizo lo que esperaban.

No debería ser difícil ser autocrítico ni decir la verdad, que al final siempre se sabe. Luego del mensaje, connotados especialistas demostraron la falsedad de muchas de las cifras que escuchamos.

Tampoco se debería culpar a gobiernos anteriores, pues quien postula a la Presidencia sabe (o debería saber) que asume los activos y pasivos. Tiene una línea de base que en teoría sirvió para confeccionar el plan de gobierno inicial. Si esto no se hizo, entonces ahí estaría la primera autocrítica.

Un punto adicional: nuestra democracia tiene que aprender a buscar consensos, aunque sea mínimos. La tolerancia a ideas diferentes debe ser la norma y la conversación abierta, con respeto, es el primer paso. Sin embargo, y aquí entramos nosotros, tampoco pidamos lo que no hacemos. Basta ver las redes sociales. Muchos, y me incluyo, preferimos hacer cada vez menos comentarios en redes, pues lo único que se reciben son insultos; es decir, “como no piensas como yo, eres un tal por cual”. No se debate la idea, sino se ataca a la persona. ¿Así queremos pedirles a los políticos que se porten de manera respetuosa?

¿Cuándo entenderemos que el logro de objetivos no es una creencia, sino que tiene que basarse en la evidencia empírica y en el debate alturado? ¿Por qué no elevamos el nivel del debate? ¿Por qué muchos corruptos, desde hace tiempo, están libres?