Roger Caillois. (Foto: Archivos de la UNESCO).
Roger Caillois. (Foto: Archivos de la UNESCO).

Roger Caillois descubrió una curiosa novela donde se había plagiado un cuento de Washington Irving, pero al ver las fechas resultó que era Irving quien la había plagiado. Y no era el único. Caillois averiguó que el conde polaco Jan Potocki había publicado en San Petersburgo, en francés, dos pequeños tomitos de una novela inacabada. Esta mezcla de idiomas y naciones parece el inicio de una ficción policial, pero no lo es. En 1804 y 1805, el conde los dio a la imprenta, con tan poco cuidado que el segundo se interrumpe a la mitad de una frase, y partió como miembro de una embajada del zar a Pekín, que fracasó y tuvo que retornar a .

Los dos tomitos de San Petersburgo son el inicio del Manuscrito encontrado en Zaragoza, joya de la literatura erótica y de terror, con historias dentro de historias. Como señala Caillois, es una suma de la elegante y libertina novela del Siglo de las Luces y del romanticismo que triunfaría en el siglo XIX. El protagonista y otros narradores experimentan la reiterada seducción de dos bellísimas diablesas y siempre despiertan en una repugnante compañía. La obra reapareció en Francia, en 1810, convertida en novela picaresca y con el erotismo censurado (¿por el propio autor?). Hoy una paciente labor ha descubierto manuscritos, ha retraducido partes del polaco cuyo original francés se había perdido y finalmente tenemos la versión completa del Manuscrito, que Acantilado ha traducido. Es un libro de tapas duras, prologado y anotado, pesado, con un final razonable, muy caro… y aburridísimo. Prudentemente, Flammarion editó en francés las dos versiones. Es clara, es invencible, la superioridad de la fantástica versión incompleta.

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Muertos sus hijos y abandonado por su segunda esposa, el conde Jan Potocki se dio a limar serenamente una bola de metal del azucarero, durante los desayunos. Cuando estuvo lista, la metió en su pistola y se suicidó. Tenía cincuenta y cuatro años y había escrito varios libros de arqueología. No podía imaginar que sería admirado por su única obra de ficción. Por su parte, Roger Caillois fue uno de los mejores lectores del siglo XX. Le debemos el rescate de esta joya en 1958, traducida al español por Minotauro (y también la difusión de la obra de Borges en Francia). Ojalá se encontrara esta edición en nuestras librerías.


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