En los últimos años, ante las diversas crisis políticas y la pérdida de legitimidad de las instituciones, se ha puesto en tela de juicio la estructura jurídica del Perú. Esta crisis hace sentir un descontento generalizado que nubla la visión y puede hacernos creer —falsamente— que todo está mal. Pero esto no es así.

En el Perú, lo que ha funcionado es la macroeconomía. Es decir, tener una moneda estable con una inflación baja (a comparación de los demás países de la región) que permite al país crecer y posicionarse como atractivo para las inversiones. Pero este crecimiento, que ha venido acompañado de una considerable reducción de la pobreza y de la desigualdad, no ha servido para tener un mejor sistema de representación política. Esto se debe principalmente a que se distorsionaron los balances y contrapesos políticos, como la cuestión de confianza y la disolución del Congreso. Estas figuras han arrastrado al país a las peores crisis políticas en décadas, pero ingenuo es pensar que una constituyente solucionaría este problema.

Estas fallas son similares a fugas de agua en un baño. A pesar de los fastidiosos goteos, difícilmente alguien propondría demoler la casa para arreglar el baño. Pero exactamente eso es lo que proponen quienes piden una constituyente. Justamente los cimientos sobre los que se ha construido el Perú en las últimas tres décadas son sólidos. Una prueba de ello es que, a pesar de los grandes terremotos que ha vivido el país (crisis 2008, disoluciones, vacancias, pandemia, Castillo, guerra, golpe de Estado...), la edificación ha resistido (inflación baja, las Fuerzas Armadas respetan el Estado de derecho y hay independencia de poderes..) -algo impensable hace tres décadas-.

El problema es que las reformas políticas de los últimos años no solo son parches mal hechos —como la no reelección congresal—, sino que agudizan el problema de fondo. Y esos problemas políticos generan crisis que arrastran a la economía.  Pero es un error estar dispuesto a sacrificar la estabilidad macroeconómica por “mejorar” el sistema político. Primero, porque esas correcciones políticas no requieren más que unas cuantas reformas constitucionales, no una constituyente; y segundo, porque de hacerlo, el país se quedará sin estabilidad macroeconómica y con problemas iguales o peores que los ya existentes.

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