Hace unas semanas, Mark Zuckerberg, el creador y CEO del gigante digital Facebook y de las adquiridas Instagram y WhatsApp, anunció una nueva marca paraguas: Meta. El nombre hace referencia a metaverso, término que se traduce a un mundo digital que combina aspectos de gaming, redes sociales y realidad aumentada.
La mejor manera de entender el concepto nos la dan los videojuegos, que ya generan ventas multimillonarias de artículos digitales (armas, ropa y otras formas de personalización). Tal es el caso de Minecraft, GTA, Fortnite y Call of Duty, donde millones de jóvenes interactúan (y gastan) en tiempo real.
A pesar de hoy no tener ningún metaverso, el cambio de nombre anuncia una apuesta agresiva por estos mundos virtuales y un futuro donde Zuckerberg se ve en el epicentro de esta nueva economía.
Pero, aunque se disfrace de visión audaz y estratégica, es difícil no ver este ejercicio de rebranding como lo que realmente es: una elaborada excusa para no enfrentar temas profundos en la cultura de Facebook.
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En la raíz, está el tecno-optimismo, creer que no hay reto que no pueda ser solucionado con la tecnología. Pero ¿qué ocurre cuando los problemas los generas tu? Por mencionar algunos: hay evidencia de que sus redes han sido usadas para distorsionar elecciones; polarizan y dificultan el diálogo; son fuentes de desinformación y radicalización; comparten nuestra información privada con una ligereza pavorosa y; hay reportes internos que validan que las redes sociales generan ansiedad y depresión en los jóvenes (sobre todo mujeres).
La respuesta de Zuckerberg no ha sido analizar de manera consciente y costosa cómo solucionar estos graves retos, sino redoblar en la creencia que la tecnología y desconectarnos del mundo real es la solución para todos nuestros problemas.
Lea mañana a: Javier Alonso de Belaunde