(Foto: pexels)
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A grandes rasgos, la sátira es una forma de expresión que ha servido, , para criticar, denunciar o ridiculizar a aquellos en el poder. Las mejores obras de este género son las que operan de manera sutil; sus ataques no siempre son directos ni obvios, y confían en que su audiencia, tarde o temprano, comprenderá el mensaje.

Tal es el caso de obras como Don Quijote de Cervantes, que se mofaba de la fascinación europea por las historias de caballeros, o la Rebelión en la granja de Orwell, una fulminante (y menos sutil) crítica al comunismo.

Algunos dicen que la sátira ha muerto porque la realidad ha superado la imaginación de nuestros creadores más ácidos. Supuestamente, esta era la razón por la que los creadores de Black Mirror, la serie distópica de Netflix, .

Pero no, la sátira ha muerto porque nuestro ecosistema mediático ya no admite matices, la era del gris ha terminado, ahora todo es blanco o negro.

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El origen de este fenómeno lo vimos con El club de la pelea, una obra de Chuck Palahniuk y subsecuente película de David Fincher, que buscaba satirizar los peores aspectos de una creciente subcultura misógina, violenta y nihilista. Pero, con el paso de los años, la obra se convirtió en .

Y esto ocurrió antes del auge de Internet y las redes sociales. Ahora estamos nadando en un mar de desinformación y cada uno puede elegir la verdad y narrativas que más le convenga a dedo.

Así, vemos en Perú, cómo la magistral parodia de Tito Silva, Bebito Fiu Fiu, debió confirmar, de una vez por todas, que Vizcarra es una figura infinitamente cínica y patética. Sin embargo, le otorga al supuestamente atacado .

Parafraseando al , la sátira ha muerto porque la idea satírica de uno es la propaganda del otro. En otras palabras, ya no se puede confiar en la audiencia para entender sutilezas.

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Ruben Vargas