En geopolítica se habla de dos tipos de poder: el duro (hard power) y el blando (soft power). El primero engloba el uso de la fuerza bruta, la acción militar, la intimidación o sanciones económicas como medios para conquistar o dominar un territorio. El segundo es más sutil pero no menos efectivo, y se refiere al uso de medios culturales e ideológicos para transmitir la agenda económica y cultural de un país; en otras palabras, una conquista más fina y menos costosa para todos los involucrados.
Para entender mejor el soft power, piensen en todas las oportunidades de negocios, turismo, difusión del inglés y de los valores gringos que marcas como Disney o Apple han logrado para EE.UU. Consideren también lo que han logrado Harry Potter y The Beatles para Inglaterra; Nintendo y Pokemón para Japón; o el romanticismo con el que Italia ha logrado promover su idioma, cocina y cultura.
En un mundo menos violento y más sofisticado, entender el soft power es vital para la agenda de cada país. Sorpresivamente, una pequeña nación asiática ha estado dando cátedra de soft power en los últimos años: Corea del Sur.
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Ya desde hace un tiempo, empezaron a llegar telenovelas coreanas a canales peruanos, y lo mismo ocurría en diferentes rincones del mundo. Vimos cómo el k-pop pasó de ser una curiosidad regional a la cuna de los grupos de música más famosos del mundo. Antes de la pandemia, llegó la coronación en los Oscar de la obra maestra de Bong Joon-ho, Parásitos.
Entonces, el éxito de El juego del calamar, fenómeno global, la serie de TV más vista en el mundo, fábrica inagotable de memes y artículos de opinión, ya no debería ser una sorpresa. Los surcoreanos han desarrollado una habilidad magistral para poner el dedo en el pulso de la cultura a nivel planetario. Korean Power para rato.